Mucho se está hablando de la negociación gobierno-sindicatos sobre la edad de jubilación pero nadie contempla la bolsa de pobreza que se está formando entre los muchos jubilados que después de los años ven como su pensión no alcanza para unos gastos mínimos y unas necesidades extraordinariamente espartanas.
Algunos supermercados nos ayudan a ilustrar la realidad, lo que hasta hace poco era una excepción comienza a ser cotidiano: el anciano que es detenido por pequeños hurtos, casi siempre de comida, la imposibilidad moral de imponer la ley ante situaciones de verdadera necesidad, personas mayores que mantienen un aparente buen nivel de vida pero que se ven abocados a subsistir acudiendo a comedores sociales o a cualquier modalidad que les permita seguir adelante.
En muchos casos ni siquiera los hijos son conscientes de ello y el temor del anciano es que puedan llegar a enterarse por un aviso de denuncia o por una llamada de teléfono desde el supermercado o tienda de alimentación.
Estamos olvidándonos de que la pobreza está llegando por nuestra puerta de atrás, hemos dirigido el foco hacia países terceros sin valorar que la necesidad se encuentra en el peldaño de nuestra escalera, la evidencia de una jubilación que sabemos dónde empieza pero de la que nadie puede predecir el final, estamos exigiendo presente cuando deberíamos valorar estabilidad y mantenimiento, estamos queriendo ser rentistas de una bolsa con manantial propio pero en la que nadie valora si las compuertas reguladoras están compensando los aliviaderos establecidos.
No hay muchas alternativas cuando las fuerzas impiden nadar contra corriente, el torbellino de la edad engulle inexorable hacia lo que se consideran las aguas tranquilas de la jubilación, la falta de viento en este mar de la calma impide cualquier otra maniobra y la carencia de fuerzas deja sin voz a los más débiles.
No he oído a nuestros políticos poner acento en protegerlos, tampoco a los sindicatos convocar por ellos una huelga general, ni se pretenden otros beneficios que no sean viajes del Inserso y entradas con descuento, a nadie parece preocuparle la precariedad de su situación por que molestan poco, tampoco hacen ruido; su propia vergüenza les impide reconocer su estado de precariedad y la dignidad mal entendida es una barrera infranqueable que impide reconocer su situación.
Cuando ya no resulta extraño ver a nuestros mayores merodear por los contenedores de los supermercados, cuando aprovechar un descuido puede ser el tomar algo más que un caldo ese día, cuando acomodarse en un vagón de metro es su refugio contra la soledad y el frío, cuando se llega a este punto es que la sociedad está empezando a medirse por parámetros de pobreza hasta ahora no valorados pero mucho más próximos de los que pensamos.
El presente no está en jubilarse antes, el presente está en valorar con justicia lo que espera después.
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