Con el tabaco se ha comercializado siempre hasta con los muertos. En los años cuarenta existía la cartilla del racionamiento “tabaquil” que sólo se les concedía a los varones al cumplir los dieciocho años, era un momento esperado por el pelusilla de turno como si de una credencial de mayoría de edad se tratara; disponer de tabaco le permitía entronizarse en ambientes reservados hasta entonces sólo para mayores y en los cuales se le recibía las más de las veces para “echar un pito” a su salud.
Luego estaba “La ocasión del difunto” que sólo requería tener la suerte de que muriera algún allegado varón de la familia y retrasar oficialmente la noticia de su muerte para seguir retirando el cupo correspondiente de la cartilla del finado.
Había el tabaco de “colilla” producto de la recogida sistemática de colillas que llegó a especializarse tanto que los había de varias categorías; entre ellas las muy especiales de los pocos puros que se fumaban en sitios elegantes. Se extendió tanto la costumbre de recogerlas que se fabricaron bastones terminados en punta que permitían clavar y recoger la colilla con cierta elegancia y no poco disimulo.
En ese tiempo aparecieron también las maquinitas caseras casi casi artesanales que liaban “pitillos” de manera casi industrial por la estandarización de su formato y calibre casi perfecto.
Lo más barato era el “cuarterón” una manera de comprar tabaco casi a “granel” que servía para “liar” pero tenía el problema de que por ser barato escondía verdaderos “troncos” infumables que inevitablemente había que desechar con la consabida indignación del consumidor ante la merma de su contenido.
Momento de verdadera “comunión” se tenía cuando en un corro de hombres alguien sacaba la petaca y con un: ¿Hace? se la pasaba al contertulio más próximo iniciando éste una rueda invitadora que todos aprovechaban a la salud del desprendido. El mechero de chispa con mecha kilométrica desprendía un marchamo de agradecimiento hacia el dueño de la petaca que al recogerla la tanteaba con disimulo para valorar el alcance de su esplendidez.
Todo esto me viene a la cabeza cada vez que veo un grupo de fumadores en torno a los lugares de trabajo o en terrazas de los bares aguantando el frío con el cigarro en la mano. ¿Qué pasaría si se racionara el tabaco? ¿Serían capaces de fumar colillas? ¿Invitarían a los demás a costa de su cupo? La adicción al tabaco debe ser muy fuerte cuando sobrevive a pesar de las mil peripecias a las que está sometido el fumador.
Mi primo Carlos Basas decía: PARA MORIR A PLAZOS ES MEJOR MORIR AL CONTADO, no vendría mal fijar este rótulo en los puntos de reunión de fumadores.
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