A todos nos atañe la tragedia de Japón, formamos parte de un mundo globalizado y no hay barrera que nos separe ni dique que los contenga; el terremoto desencadenó la tragedia, las centrales nucleares se han agrietado como sandías por el impacto de la naturaleza y ahora el mundo se lamenta sin encontrar dónde esconderse ni saber dónde estar seguro.
La humanidad no regenera todo lo que consume, se recurrió a la energía nuclear para seguir potenciando la industria que a su vez nos había de facilitar una vida más confortable sin reparar en costos ni asumir riesgos, la naturaleza pasa ahora el recibo y nadie parece capaz de hacer frente a este compromiso que hace poco no tenía fecha de vencimiento pero del que ya no hay tiempo para pedir un aplazamiento.
El salto mortal ha tenido un final desgraciado, la redes que habían de parar una posible caída han fallado, los espectadores de primera fila han sido los primeros en recibir el impacto pero el resto del público que se creía alejado del peligro está temiendo que la carpa mundial se desplome y nos impacte a todos con mayor o menor gravedad. La gran lona que representa el océano puede propagarse hasta el infinito y el viento podrá convertirla en una enorme vela que a favor de las corrientes puede surcar los cielos camino de otras latitudes ¿Dónde nos metemos ahora?
La culpa debemos compartirla todos los que mirando sólo un bienestar artificial y un mal llamado progreso hemos exprimido a la naturaleza de tal manera que al ser incapaz de generarnos más confort inventamos un sistema artificial del que presumíamos dominar todos sus resortes.
Las víctimas del propio terremoto han sido impresionantes pero pueden palidecer al lado de las que genere la contaminación nuclear.
¿Seremos capaces de replantearnos un nuevo sistema de vida?
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