La cadencia del sonido se había hecho más lúgubre, su tañido limpio y metálico en otro tiempo sonaba ahora como un gemido rebotando en las paredes, su lamento enmascarado por el eco traicionero parecía arrastrar el ánima de su amo en un llanto inconsolable buscando la materialización de su existencia.
Desde el otro lado de la pared el tránsito de las horas provocaba estremecimiento, el primer tañido era siempre sorpresivo, una descarga eléctrica recorría la espina dorsal de los presentes que en un gesto contagioso deseaban con toda su alma que la fuerza del espíritu abandonara aquel cuerpo que, aún inerte, parecía tener vida, una vida por otra parte puntillosa y exacta que recorría sistemáticamente las estancias de su propio habitáculo haciendo de su andadura una introspección al pasado difícil de entender la resonancia de su paso parecía hacer llegar hasta nosotros una pregunta lastimera de la que si bien teníamos respuesta no podíamos presumirle el fin.
El paso del tiempo pareció debilitar sus fuerzas preludio de su inminente final; su lamento cadencioso y frágil fue debilitándose poco a poco y su ritmo cardiaco fue apagándose hasta hacer muy difícil la constatación de su existencia, la falta de medios que antes impidiera poner fin a su agonía nos impedía ahora confirmar su estado dando por hecho su final aun sin poder confirmarlo en el lugar de los hechos.
Fue con el paso del tiempo cuando alguien decidió evacuar aquel espíritu que muerto y domeñado por el tiempo nos había tenido en jaque aun después de muerto su dueño, su salida de la estancia vecina fue acompañada de los que fueron sus testigos y solo cuando alguien lo trató con cierta rudeza exhaló el último suspiro en lo que pareció despedida lastimera.
¡Por fin! Aquel reloj había dejado de recordarnos a nuestro vecino ya fallecido la duración de su batería había hecho mantener en el tiempo la reencarnación del difunto y su piso vacío y en silencio se había convertido en campana amplificadora de un eco que traspasaba las paredes haciendo de nuestro salón compartimento de su campo de influencia. Pensar que el espíritu de nuestro convecino se manifestaba a través del reloj producía cierta angustia; una vez fuera de casa esperemos no encontrar su fantasma por las escaleras.
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