Andaba yo estos días discutiendo con unos amigos sobre la propuesta del ayuntamiento de Barcelona de dedicarle un monumento al mundo gay y la oportunidad de que fuera erigido precisamente delante de la ahora basílica de la Sagrada Familia, presumían ellos de vanguardistas, rompedores, ultra modernos y sobre todo valientes por la propuesta del ayuntamiento que no reparaba en consideraciones religiosas para erigir uno de los símbolos más contrapuestos con la doctrina de la Iglesia justo delante de lo que es el estandarte más moderno del catolicismo.
Yo trataba de convencerlos de que lo que ahora parecía escandaloso pasaría desapercibido en poco tiempo y que cuanta más importancia se le diera se conseguiría el resultado contrario al llamar la atención sobre el tema que se quería ocultar.
En estas andábamos y con estos argumentos divagábamos cuando les sorprendí con una apuesta mucho más avanzada y no menos escandalosa que la que ellos suponían era la de Barcelona, un monumento a la masturbación en un lugar histórico de los más visitados de España y declarado además patrimonio de la humanidad. Nadie pareció aceptar la apuesta e incluso mi envite lo tildaron como descabellado, escandaloso y falto de sentido.
Esta Salamanca mía no deja de sorprendernos y por el tiempo que lleva el hombre “así” es evidente que la “dureza” de la piedra de Villamayor tendría que ser administrada con recetada médica en lugar de la Viagra, pero valga esto para conformar a mis amigos y demostrarles que esta mi patria chica entre sotanas y bonetes no solo no oculta sus pecados si no que de ellos hace especial exhibición frente a la catedral del saber.
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