Los cirimeneos adormecidos en el
desván parecían testigos de otras vidas
protegidos por un dosel de telarañas, las gateras en el tejado permitían que la luz del
sol jugara a ser rayo y el polvo jugueteando con la fuerza de la gravedad se
hacía protagonista al trasluz de la
penumbra. Candiles, coyuntas y albardas colgaban de las vigas deformadas por el
paso del tiempo mientras por el suelo se desparramaban mil chirúmenes sin orden
ni concierto, muebles, aperos, cántaras, jofainas, damajuanas, tajos, un
aguamanil y hasta una cómoda desvencijada que dormía derrengada y maltrecha apoyada sobre la pared del fondo
junto a un desfondado sillón de mimbre cuyo cojín de cretona mordido por la
polilla daba a la escena un antiguo sabor de hogar; en el rincón más alejado un
reloj de pared parecía dormir de pie esperando inmóvil el paso del tiempo en una espera destinada a
medir la eternidad.
Los chicos se abrían paso en
aquel bosque de seres inanimados, la escasa luz de un ventanuco les permitió
llegar hasta el viejo reloj, una capa de
polvo parecía querer envolverlo para siempre pero un soplido espontáneo dejó
ver una magnífica esfera donde los
números aun legibles y la marca de origen incrustada en el centro manifestaban
su garantía de calidad, el péndulo sonó alegre al primer movimiento y la puerta
de cristal que lo amparaba dejó libre la
llave de su resurrección.
El relojero después de examinarlo
confirmó la precisión de aquella maquinaria; una mano de barniz realzó su
aspecto exterior, el péndulo recuperó su rítmica oscilación y un suspiro de
alivio parece salir de sus entrañas cada vez que la puerta de cristal se abre
para dar paso a la mano amiga que le da vida cada semana tensando la cuerda que
mueve sus múltiples ruedas dentadas.
A
MI AMIGO MANUEL Y TODOS LOS QUE
COMO EL ENCONTRARON TRABAJO DESPUES DE
AÑOS DE LUCHA Y DESESPERO
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