Con la que está cayendo casi
tendré que alegrarme de pertenecer a la masa de jubilados que nos dedicamos
cada mañana a la obligación de seguir vivos y a la ansiedad de no permanecer
muertos.
Y es que antes todo era más
fácil, tu tenias tus perritas en casa y te administrabas en función de lo que
tenias, si no llegabas a final de mes la
tienda del barrio se fiaba de tu honestidad sin ningún problema, o si la compra
era relativamente importante pactabas directamente con el vendedor los posibles
plazos que podía asumir tu economía y así nadie se atragantaba y todo el mundo
vivía sin sobre saltos o como en tiempos de mi abuela donde los labradores
tenían tarja en la cual apuntaban lo que consumían y pagaban cuando recogían la
cosecha.
No sé si salir de casa o esperar
a final de mes hasta que el banco me diga si puedo comprar el periódico o mejor
lo leo de segunda mano en el hogar del jubilado, lo malo es que para entrar allí
también necesito una tarjeta y como el cuento de Pulgarcito en su segunda parte
cuando se le acabaron las piedras señaló el camino con migas de pan y según la
leyenda los pájaros del bosque se
pusieron las botas con solo seguir su rastro
al tiempo que lo metían en un
bosque tan intrincado que le resultó imposible encontrar el camino de regreso.
Yo también me siento Pulgarcito.
LA TARJA: PALO RECTANGULAR DE 30/40 CM. QUE SERVIA PARA APUNTAR LAS COMPRAS HACIENDO MUESCAS EN SUS ESQUINAS.
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