Desde
la atalaya los señores contemplan a sus vasallos vigilando con todo rigor el
cumplimiento de las alcabalas que les son exigidas sin compasión so pena de
importantes penas y recargos y si el incumplimiento fuera reiterado supondría
para los aparceros la expulsión de sus dominios perdiendo con los derechos de
aparcería la dignidad que el fuero les confería como servidores de amo feudal y
señor de castillo. La expulsión suponía quedar marcados de por vida como indignos sin que nadie en muchas leguas se
comprometiera a darles cobijo ni mendrugo de pan que les pudiera acarrear la enemistad
con su antiguo amo y señor.
Las huestes del amo del castillo siempre
dispuestas a medrar no osaban poner en duda cualquier orden recibida que
pusiera en peligro su magra colación aunque su cometido no fuera si no la de
poner en fuga y reprimir cualquier atisbo de rebelión por parte de aquellos
braceros malditos que una vez expulsados no deberían tener acceso a ningún
privilegio.
Los
hidalgos tenían obligación de hacer cumplir en sus dominios las ordenes de los
señores del castillo poniendo a disposición de los mismos cuanta fuerza de a
pié y a caballo tuvieran en sus feudos nos excluyendo ni arqueros ni
ballesteros que en formación deberían repeler cualquier ataque que los
desarrapados osaran intentar para protestar ante la corte por el mal trato y la
indignidad que estaban padeciendo.
No
tardaron en darse cuenta los esbirros reales que en el país la zozobra, la incertidumbre y la desolación estaban minando
la moral del pueblo pero al mismo tiempo
estaban llegando a tales extremos que el
populacho viéndolo todo perdido podía
revelarse contra el poder real arrastrando con ellos a todos los servidores
del reino de los desheredados en número suficiente que pudiera crear conatos de
rebelión.
Reforzaron
los señores sus ejércitos con mejor
armamento y aumento de unidades
manteniéndolos en guardia durante las veinticuatro horas ininterrumpidamente
mientras los grandes señores se reunían para tomar decisiones que salvaran su
situación de privilegio y el poder económico del que disponían.
Pronto
se dieron cuenta que la humillación y el abatimiento que padecían sus vasallos debido
a la constante merma de sus derechos había llegado a cotas impensables y era
tal el numero de los desheredados que casi
todos se conformarían con que no se les grabasen mas sus rentas y además se ofrecerían
casi como esclavos sin más derechos que un plato de comida y cobijo para pasar la
noche.
Dice
la leyenda que aquellos caballeros
abandonaron el castillo regresando a sus lugares de origen sintiéndose amos de
vidas y haciendas sin que nadie en aquel reino dispusiera la menor benevolencia para
los marginados que caminaban errantes y sin futuro por el camino de la vida.
….Y mientras tanto se
organizaron grandes justas con desafíos y alanceamiento de toros bravos
que distrajeron a los plebeyos y dieron grande renombre a los caballeros de los
distintos reinos.
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