domingo, 11 de noviembre de 2012

Baño de otoño, relajo de dioses


He necesitado acudir al campo, pisar los brezos y oler a tomillo dejar que las olas de romero me inundaran al romper contra mis botas mientras los arboles en esta su época dorada dejaban caer sus hojas como lagrimas ingrávidas al tratar de seguir viviendo. El bosque me relaja y aun  sintiéndome invasor no me siento extraño el campo arropa  engulle te mimetiza y te absorbe pero siempre te regala la alegría de formar parte de él compartiendo  sin competir viendo y dejando vivir aspirando y dejando fluir.

 Un joven roble me sale al camino , sus hojas bañadas de oro se adivinan entre pinos asilvestrados; su afán por sobrevivir han hecho de él un ejemplar largo  y esbelto; la necesidad de poseer un trocito de cielo le han obligado a crecer sin pausa olvidándose de engordar,  las especies invasoras lo tiene cercado y aunque las mesnadas de pino salvaje proliferan a su alrededor  hay un bosquecillo de encinas que lo amparan y protegen  mientras los pinos indolentes y salvajes crecen cual espingardas queriendo robarle el sol.

Rodeo el bosquecillo y sigo mi andadura tras huellas jabalinas los tacos de mis botas se amarran al suelo y gracias a ellas puedo sortear el barranco que quiere cerrarme el paso; al otro lado un huerto familiar marca su territorio con un entramado de cañas y trebejos, todo es precario y reciclado  a mi alrededor y mientras observo desde el  cobertizo instalado en el  ángulo mas alto del desnivel una voz gruesa y fuerte que quiere ser  familiar me da los buenos días.

 El hombre se acomoda tras un precario estaribel y me invita a compartir su austero almuerzo, observo por sus modales y en su porte que no siempre fue hombre de campo y que tampoco el campo  ha conseguido asilvestrarlo, una radio tan antigua como su móvil lo mantienen conectado con el mundo del que me asegura se apeó o lo apearon el vértigo de la deshumanización  la locura globalizadora y una maldita hipoteca.

Nos despedimos con la promesa de volver a encontrarnos, una banasta con productos de su huerto se vino conmigo; pero en esa banasta también viaja el amargo poso de nuestra conversación y la imagen de un desterrado al que por ser honrado el banco perseguirá de por vida impidiéndole volver a formar parte de esta sociedad a la que llamamos civilización.

LAS MACETAS EN LAS VENTANAS SON MEDALLAS A LA HIPOTECA

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tiene a su disposición este espacio para sus comentarios y opiniones. Sea respetuoso con los demás

Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona