Esto de la gripe de las gallinas me deja siempre la sensación del despropósito de los
excesos, tener que sacrificar cientos de gallinas hasta llegar a esquilmar toda
una demarcación como ha ocurrido ahora en el caso de Lérida no sería
comprensible en la dura posguerra donde una gallina era un tesoro y no había gripe
ni catarro ni pulmonía que acabara con
ellas y de haberla tenido les habrían puesto bufanda gorro patucos y
hasta bolsa del agua caliente y supositorios antigripales.
La casa con gallina era mas casa; era como ahora tener casa adosada
a la que se le supone un valor añadido, la gallina no solo daba huevos y buen
caldo, de vez en cuando también se ponían tontarras y se pasaban veinte días engüerando
hasta sacar unos hermosos polluelos que el ama de casa exhibía como un triunfo
personal pues era ella la que atendía el cajón de la parturienta para que no le
faltara el calor e impedir que nadie se acercara para que el animal no se
desentendiera de su clocada y dejara güeros los huevos destinados a la
procreación de la especie.
En estos tiempos donde
la inseminación artificial y el vientre de alquiler son algo habitual,
en el ramo de la avicultura ha tenido efectos perniciosos, la gallina ha sido sustituida por una maquina;
el cajón de la cocina desapareció para dar paso a la jaula del hámster o el
terrario de las tortugas, los niños ya no ven como nace un polluelo tampoco se
disputan la gozada de alimentarlos con migas de leche ni pueden provocar el
instinto maternal de la gallina escondiendo una parte de su camada, la
naturaleza ha dejado de serlo para convertirse en una maquina engendradora de
animales atrofiados con anomalías genéticas a las se las denomina gripe aviar para
ocultar el desconocimiento del gen que lo
provoca pero que nosotros comemos sin
rechistar envasados , troceados y presentados en bandejas tan contaminantes y lesivas
para nuestra salud como cualquier vertido de un petrolero dentro de nuestra
casa.
La pregunta es si no estaremos comiendo otras aves de granja
con enfermedades sin diagnosticar oficialmente pero que estaríamos ingiriendo
sin que nadie nos prevenga y cuyos
síntomas achacaremos a mil otras circunstancias.
GRANJA AVICOLA: CAMPO
DE CONCENTRACIÓN PARA AVES DE CORRAL
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Os recomiendo mi
antiguo escrito: El MILAGRO DE SAN ANTONIO
El milagro de San Antonio
Dos sombras negras saltan desde
el tejadillo de nuestro patio hacia la trasera de la casa; dos sombras
siniestras, aterradoras, dejan caer unos sacos contra la puerta del gallinero.
Mi padre ante
lo inesperado del encuentro no acierta a explicarse que es lo que está pasando,
duda; son las cuatro de la mañana; el telegrama que tenia que mandar desde el
despacho situado en una esquina del
corral; no tendrá por ahora destinatario; parece que las lineas están
cortadas. La hoja del periódico que tenia que poner punto final al
mensaje se le cae de las manos. La
linterna negra, cuadrada que fue botín de guerra, padece de un intermitente
impreciso y la luz que tendría que haber señalado el camino de las evacuaciones
parece tener el mismo temblor que su amo.
La voz que quiere ser de alerta; no le sale de la garganta y cuando por
fin considera que la situación está controlada y se decide, la voz de mi madre
desde la cocina; le hace pegar un respingo que manda la linterna a hacer
puñetas y los pantalones al lavadero.
La oscuridad es total y ya se sabe
que de noche las sombras son
molinos. Al fin el bueno de Paco recupera la compostura y decide una descubierta.
Amparado por la luz que sale de la
ventana de la cocina se acerca hasta los sacos arrojados desde la tapia del
corral; toda precaución es poca, primero
tantea con él pié, espera para ver si en los sacos hay vida o algo que se
mueva, nada responde a sus golpes, al fin decide con la ayuda de su maltrecha
linterna abrir la boca del primer saco:
Se trata de nuestras preciosas y
blanquísimas gallinas, una pareja de desalmados ha saltado la tapia del corral,
por la parte trasera y una vez llegados al gallinero le han retorcido el cuello
a todas las que encontraron a mano.
El susto de mi padre ha sido
importante; pero el disgusto de mi madre ha sido de los que hacen época, pues
las puñeteras aves suponían una despensa viviente y un orgullo como ama de
casa.
Teníamos la ventaja de disponer de un
corral suficientemente grande como para no tener que sacar las gallinas a la
calle; como hacían el resto de las vecinas, y además; sé mantenían con los restos de la comida y desperdicios de
nuestra casa, incluidas las mondas de las patatas debidamente cocidas y
espachurradas.
Por la mañana, la noticia era conocida
por todo el barrio; quien más quien menos pasó por casa para acompañarnos en
nuestra desgracia. Mi madre en un emotivo y postrero homenaje a sus pupilas ha
decidido que todo el que quiera; puede llevar a enterrar en su cazuela,
aquellos cuerpos inmaculados.
Nosotros por supuesto; guardamos luto
riguroso, y nos consideramos en cuaresma
aun estando en pleno invierno.
Lo cierto es que en los días siguientes
se vieron más mondadientes entre los agraciados y bondadosos amparadores, que los que se habían visto en muchas bodas.
Los entierros debieron de tener hasta
novenario ya que en muchas de aquellas cocinas; no se dejó de oler a guiso
hasta el jueves de Corpus; que por ser fiesta importantísima requería un rango especial, con Palio y
procesión.
De todas nuestras gallinas; solo se
habían salvado una media docena, que por miedo ó por astucia se habían
refugiado en lo más intrincado de los ponederos. No fue fácil convencer a mi
madre para que no se deshiciera de ellas, pues en un gesto de rabia quería
acabar con todo vestigio de gallinero.
Su obsesión era que los que habían entrado por las primeras ya sabían el
camino y les seria fácil venir a rematar la faena.
Por
fin dimos con la solución: como solo eran seis, las gallinas que quedaban
las recogeríamos cada noche en nuestra
cocina; y dormirían en el hueco que teníamos debajo de la pila; donde ahora
teníamos el carbón, que además tenía puerta y aldaba.
Aceptada esta solución aquí nos tienes a
toda la familia a la caída de la tarde haciendo un pasillo desde el corral
hasta la cocina para que cual encierro sanferminero las gallinas fueran
llegando hasta la cerrar la puerta de su dormitorio
sin que se asustaran, lo cual era motivo
de un jolgorio de plumas y cacareos difícil de describir.
Todo
fue bien hasta que una fatídica mañana: Las gallinas no quisieron salir de su
escondite, a todos no extrañó el poco ruido que hacían y más cuando estábamos
acostumbrados a que al menor atisbo de luz, se ponían como locas intentando
salir al corral.
Mi madre les abrió la puerta, y al
mismo tiempo lanzó un grito que recorrió
toda la casa. Las seis gallinas estaban muertas, algún mal nacido había puesto
algo en la comida que las había envenenado.
Enseguida cargamos la culpa contra algún vecino envidioso; que debieron
ser los mismos que habían saltado la tapia del corral.
Una vez mas las voces se corrieron
por el vecindario y cave pensar que alguno; que aun tenia el palillo entre los
dientes desde el festín anterior, empezó a limpiarlo y ha sacarle punta para
iniciar una nueva degustación.
Mi madre se dio a todos los
diablos, y solo acudía a San Antonio cuando no tenía otro más a mano. Las
gallinas fueron sacadas de la carbonera sin que esta vez se las ofreciera a
nadie, pensando en que podían estar envenenadas.
Las lanzó por la ventana que daba
al patio con el fin de que fueran enterradas con la mayor brevedad posible en
una zanja en el mismísimo corral, mas las vecinas que ni lo del veneno las
disuadía de hacer un enterramiento a semejanza del anterior juraron por San Antonio bendito, que solo querían
evitarle el mal rato de presenciar tan funesta ceremonia.
Cuando las buenas vecinas, se
disponían a sacar el fagot y los crespones negros; para proceder a otro enterramiento
con honores de capitán general; hete a qui que las gallinas empiezan a correr
(Un poco cabezonas al principio) y aletazo aquí y derrape por allá empiezan a
enderezar las crestas, las vecinas
corriendo detrás de ellas como no creyéndoselo; o más bien intentando que no se
reanimaran mucho para poder cumplir las órdenes recibidas.
Mi madre en un llorar y reír al mismo
tiempo, y en un rezar, maldecir y pedir
perdón a San Antonio, montó en un momento; el espectáculo de la sinrazón. Las
vecinas con las corvas al aire y los visos al viento, mas parecían empeñadas;
en competir contra las gallinas que a favor de ellas
Al fin los animales se salieron con la
suya, y pudieron mas las ganas de vivir que las malas artes de las
voluntariosas guisanderas. Mi madre debió hacer las paces con San Antonio y
toda su corte de pájaros celestiales y las seis hermosas gallinas nos siguieron
dando calor por dentro y hermosísimos huevos con “Puntilla “.
Alguien se había dado
cuenta de que lo de las gallinas había sido falta de oxigeno, pues seis
gallinas en tan poco sitio y sin ventilación ni San Antonio hubiera podido
salvarlas de haber transcurrido algún minuto más.
El aire del corral y los meneos que
les dio mi madre para lanzarlas por la ventana, habían hecho que los pulmones
de las pobres gallinas recibieran oxigeno y con ello el milagro de la
resurrección.
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Nota: Las dos sombras que saltaron por el
corral, fueron un conocido quinqui nacido en un popular barrio de Salamanca
apodado El Lute que acompañando a su
padre comenzaba su carrera hacia la posteridad; lo cuenta el mismo en su libro
autobiográfico: Camina o Revienta.
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