No hacía falta calendario ni cinta de breviario, en aquel
barrio se vivía el domingo desde la víspera ya que el sábado era obligado pasar
por el barreño de cinc, aguantar la bendición del esparto y sufrir la penitencia del jabón Lagarto, de esta manera el domingo los chavales
salíamos a la calle como pinceles, delantales y blusones recién planchados y recosidos
con puntadas de filigrana que disimulaban el último desgarrón y una colección
de apaños que hacían difícil saber qué trozo pertenecía a la prenda original,
pero aquellos niños de barriada familiar y matriarcado por necesidad vivían
felices, su mundo lo limitaba la sombra de sus casas, su frontera llegaba hasta
donde llegaba el límite de sus juegos, su casa estaba donde sentían sed y en los
malos trances se acudía a la gran matriarca; la señora Julia.
Un vendedor ambulante pasaba cada semana por aquella calle
empinada y relimpia, su burrito cansino
y resignado cual Platero en negativo ascendía calle arriba del ramal del desdentado
vocinglero que a modo de pregón enumeraba de corrido la retahíla de golosinas, sus alforjas siempre repletas
de un sin número de talegos y fardeles hacían de cada deseo un juego de
prestidigitación y de cada céntimo un recorrido secreto hasta la cueva de sus
tesoros.
La bandada de chiquillos sabedores de tener en nuestro poder
la llave que abrirían aquellas bocas
repletas de garbanzos tostados, altramuces, pipas de calabaza y girasol, caramelos sin papel, bolas de chicle, obleas,
almendras de anís y garrapiñadas,
pirulís de colores y mil otros achumazos
teníamos la necesidad de invertir bien si queríamos suministros para
toda la tarde y como premisa no dejarnos engañar por aquel buhonero del que se
decía vendía los caramelos chupados a un precio más económico.
Pero nada como la raíz
de regaliz que cortada por céntimos aparecía y desaparecía entre los pliegues
de aquellos fardeles antes de conseguir
el trozo deseado, era sabido que la raíz más delgada era siempre la más
jugosa, el trozo más grueso por ser más duro era más
áspero pero de mas rendimiento y la parte
retorcida se consideraba despreciable
pues aparte de incomoda para la boca casi siempre amargaba.
En este trato Concha era nuestra aliada la hija de la señora
Julia,
madre joven y luchadora a la que
acudíamos siempre antes de pedir el amparo de nuestras madres, era capaz de
hacer del buhonero un aliado y de sus alforjas un ejército de salvación, aquel
hombre impasible con nosotros se batía
en retirada ante nuestra protectora y diríase que ante ella no pretendía ya
otra cosa que una capitulación honrosa aunque
fuera a costa de perder algún pertrecho.
Hace unos días supe que Concha ya no podrá defender nuestras
inversiones, tampoco se podrá relimpiar las placas de hierro de su cocina
económica hasta desgastarlas, tampoco tejerá
los mejores jerséis de lana que uno pueda disfrutar y nunca podré decirle que su casa fue la primera
universidad para un niño de barriada y babi de dril que ahora intenta enseñar a
sus nietas que cuando la calle era tu casa y los vecinos tu familia una perra
gorda era la medida de la felicidad.
MI FAMILIA, MI CALLE,
MI CASA: MI PATRIA, LOS AMIGOS MI BANDERA
Precioso lo que has escrito. Me gustaría enviarte un libro mío.A tu disposición, pero como no tengo blog te dejo mi e-mail- amarirogel@yahoo.es
ResponderEliminarMUY BONITO Y NOSTÁLGICO COMO SIEMPRE QUE ESCRIBES ALGO DE NUESTRA CALLE MARQUES DE CABALLERO QUE A MUCHA GENTE HARÁ PENSAR DONDE ESTABA.UN ABRAZO CON BESO CHARY
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