martes, 15 de octubre de 2013

LA PILARICA AÑOS DESPUES

Yo miraba de reojo al antiguo miembro de la benemérita que serio y con un rictus entre emocionado y sorprendido observaba más que miraba aquella virgen que en otro tiempo compartió su pared en la sala de armas al lado de  las de Franco y el duque de Ahumada, su gesto indescifrable y  la pasividad de su actitud no eran las esperadas, se suponía que en aquel encuentro la emoción por la promesa cumplida mantendría un difícil equilibrio entre las lágrimas furtivas y el acostumbrado ocultamiento de sus emociones, pero solo se escuchó una expresión ¡Que pequeñita!

Tomándose tiempo acompasó su paso al de las visitas que le precedían   hasta ganar la calle mientras repetía: ¡Que pequeñita! ¡Que pequeñita ¡


El apostadero estaba siendo duro, el aguacero había hecho de la noche un escenario infernal, el lodazal y la ventisca convertían en impracticables los caminos de la sierra, ninguna huella, ningún vestigio, el agua había barrido cualquier rastro, el silencio impuesto hacia aun mas esperpéntica aquella espera, los números distribuidos por parejas a lo largo de la vereda desaparecían minimizados por las sombras de los canchales y las rocas del entorno, el silencio impuesto aumentaba la sensación fantasmal de aquel escenario que la precipitada pendiente parecía hacer morir en un barranco infinito solo practicable por aquellos desesperados que cargados como mulas deberían aparecer en cualquier momento.

La confidencia parecía fiable y según la comandancia no había lugar a la indecisión, la fuerza apostada desde la caída del sol se guarecía con la sola protección de sus capotes  aguantando estoicamente aquel diluvio, el frio intenso y la humedad de la noche comenzaba a despertar las toses secas y roncas que el tabaco de picadura  y la humedad parecían multiplicar, se pidió silencio absoluto, se ahogaran las toses contra natura, se cargaran mosquetones y todos crispados sobre las bardas y camuflados entre los jarales no osaran mover un dedo mientras esperaban la orden convenida.

La partida entraba en el desfiladero la cabeza de vanguardia había rebasado ya a la primera pareja, los grandes fardos hacían jadear a los portadores que a pesar del frio reinante expelían el calor de sus pulmones con bocanadas de vaho a cada zancada,  los primeros contrabandistas estaban a boca de cañón; la tensión hacia de los guardias tensadas catapultas en posición de asalto, la hilera de porteadores seguía entrando en aquella senda solo acta para gente salvaje y asilvestrada, la fuerza tenía ya en el punto de mira  hasta doce sobras que  vencidas por el peso de sus cargas no opondrían ninguna resistencia, pero la maldita orden no parecía llegar nunca había que seguir esperando a que el grueso de la partida estuviera dentro del aquel desfiladero, la noche oscura como boca de lobo parecía engullir aquellas sombras en fantasmal procesión.

El día del Pilar habían sido felicitados por el jefe de línea por aquel maldito servicio, dos guardia habían resultado heridos seriamente la aprensión había resultado escasa apenas unos sacos de almendras y dos cabezas de maquinas de coser, solo una pobre mujer se había dejado coger presa de los nervios y atenazada por el miedo pero en el atestado y siguiendo órdenes superiores se le había dado a todo ello viso de espectacularidad.

Nuestro hombre recordaba la situación creada en el cuartel, de cómo las propias mujeres de los guardias se dirigían a sus maridos pidiendo que dejaran ir a aquella desdichada que solo clamaba por sus hijos al tiempo de atenderla  facilitándole ropa seca y comida caliente y cómo al final tuvo que enviarla esposada camino de la comandancia acompañada de la pareja de servicio.

Todo esto se le había pasado por la cabeza a nuestro ex guardia, todo esto y la mirada de aquella mujer que vuelta hacia la imagen de la virgen del Pilar  les hizo dudar del amparo de aquella imagen para con ellos y los infelices que exponían su vida por un plato en la mesa.


LA FUERZA OCUPADA,  PRESTANDO SERVICIO NI PIENSA NI INDAGA

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona