Yo miraba de reojo al antiguo miembro de la benemérita que
serio y con un rictus entre emocionado y sorprendido observaba más que miraba
aquella virgen que en otro tiempo compartió su pared en la sala de armas al
lado de las de Franco y el duque de
Ahumada, su gesto indescifrable y la
pasividad de su actitud no eran las esperadas, se suponía que en aquel encuentro
la emoción por la promesa cumplida mantendría un difícil equilibrio entre las
lágrimas furtivas y el acostumbrado ocultamiento de sus emociones, pero solo se
escuchó una expresión ¡Que pequeñita!
Tomándose tiempo acompasó su paso al de las visitas que le
precedían hasta ganar la calle mientras repetía: ¡Que pequeñita! ¡Que pequeñita ¡
El apostadero estaba siendo duro, el aguacero había hecho de
la noche un escenario infernal, el lodazal y la ventisca convertían en
impracticables los caminos de la sierra, ninguna huella, ningún vestigio, el agua
había barrido cualquier rastro, el silencio impuesto hacia aun mas esperpéntica
aquella espera, los números distribuidos por parejas a lo largo de la vereda desaparecían
minimizados por las sombras de los canchales y las rocas del entorno, el
silencio impuesto aumentaba la sensación fantasmal de aquel escenario que la precipitada
pendiente parecía hacer morir en un barranco infinito solo practicable por
aquellos desesperados que cargados como mulas deberían aparecer en cualquier
momento.
La confidencia parecía fiable y según la comandancia no
había lugar a la indecisión, la fuerza apostada desde la caída del sol se guarecía
con la sola protección de sus capotes
aguantando estoicamente aquel diluvio, el frio intenso y la humedad de
la noche comenzaba a despertar las toses secas y roncas que el tabaco de
picadura y la humedad parecían
multiplicar, se pidió silencio absoluto, se ahogaran las toses contra natura,
se cargaran mosquetones y todos crispados sobre las bardas y camuflados entre
los jarales no osaran mover un dedo mientras esperaban la orden convenida.
La partida entraba en el desfiladero la cabeza de vanguardia
había rebasado ya a la primera pareja, los grandes fardos hacían jadear a los
portadores que a pesar del frio reinante expelían el calor de sus pulmones con
bocanadas de vaho a cada zancada, los primeros
contrabandistas estaban a boca de cañón; la tensión hacia de los guardias tensadas
catapultas en posición de asalto, la hilera de porteadores seguía entrando en
aquella senda solo acta para gente salvaje y asilvestrada, la fuerza tenía ya
en el punto de mira hasta doce sobras
que vencidas por el peso de sus cargas
no opondrían ninguna resistencia, pero la maldita orden no parecía llegar nunca
había que seguir esperando a que el grueso de la partida estuviera dentro del
aquel desfiladero, la noche oscura como boca de lobo parecía engullir aquellas sombras
en fantasmal procesión.
El día del Pilar habían sido felicitados por el jefe de
línea por aquel maldito servicio, dos guardia habían resultado heridos
seriamente la aprensión había resultado escasa apenas unos sacos de almendras y
dos cabezas de maquinas de coser, solo una pobre mujer se había dejado coger
presa de los nervios y atenazada por el miedo pero en el atestado y siguiendo órdenes
superiores se le había dado a todo ello viso de espectacularidad.
Nuestro hombre recordaba la situación creada en el cuartel,
de cómo las propias mujeres de los guardias se dirigían a sus maridos pidiendo
que dejaran ir a aquella desdichada que solo clamaba por sus hijos al tiempo de
atenderla facilitándole ropa seca y
comida caliente y cómo al final tuvo que enviarla esposada camino de la
comandancia acompañada de la pareja de servicio.
Todo esto se le había pasado por la cabeza a nuestro ex
guardia, todo esto y la mirada de aquella mujer que vuelta hacia la imagen de
la virgen del Pilar les hizo dudar del
amparo de aquella imagen para con ellos y los infelices que exponían su vida
por un plato en la mesa.
LA FUERZA OCUPADA, PRESTANDO SERVICIO NI PIENSA NI INDAGA
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