El
hielo salmantino hacia que las pisadas quedaran gravadas en el suelo, los
charcos crujían bajo los pies del caminante cuando el carámbano se rompía en
mil cristales mientras las chimeneas llenaban de humo y olores el centro de la
ciudad, una imagen provinciana cuyo Santo Sanctórum estaba en el casino de la
capital en cuyo recinto una corte de sirvientes mantenía su ego inclinando la
cerviz al paso de cada socio.
Aquel
harapiento que merodeaba por las proximidades parecía vivir dentro de un
abrigo tan desproporcionado de talla que
mas pareciera morar entre las entretelas que tenerlo como propio, tenía las mangas subarrendadas a unas manos
llenas de sabañones que solo aparecían cuando alguna fuente de calor estaba
próxima emergiendo entonces por sus bocas unos dedos tan llagados que mas parecieran atacados de leprosería que
extremidades medianamente útiles.
Nuestro
personaje no se quejaba, tampoco se diría infeliz su vida como la de tantos
otros como él estaba ceñida al continuo deambular por los alrededores de la
plaza mayor, una vida de la que sobrevivía con una pizca de intuición un tanto
de ingenio y un poco de suerte, pero aquel mes de Diciembre estaba siendo
especialmente duro, hacia unas semanas había perdido a su compañera con la que siempre
se le veía acompañado compartiendo miserias y desengaños, muy pocos lo vieron
llorar muy pocos se dieron cuenta de que tenía el alma herida, muy pocos supieron
que aquel corazón también sentía y que mientras felicitaba las pascuas y
deseaba felicidad a los viandantes lloraba por dentro su amargura con el rictus
de una sonrisa.
A pesar de su constante trajín la merma de
ingresos hacia que su jornada fuera interminable, lograr un sitio donde dormir
ya lo le preocupaba cualquiera era bueno desde que no tenía a quien defender ni
a quien abrigar, alargar la jornada aliviaba su dolor, encontrar acomodo
carecía de sentido.
Con
este pensamiento se quedó dormido al lado de una rejilla de calefacción y allí pasó
la noche soñando…. Que compartía con otros el calor de una fogata mientras con su escaso botín mantenía el
hambre a raya, sintió frio, notó que la hoguera se apagaba…arropó a su
compañera con su abrigo….soñó…, que faltaba calor…… y buscó la mano de su amiga.
Unos
leves golpes quisieron despertarlo, alguien le ofrecía café caliente y alguna
galleta, nuestro hombre no respondió, nuestro hombre se había dormido mientras su
viejo abrigo desplegado como una manta cubría el cuerpo inexistente de una
imaginada acompañante.
Salva
no murió de frio, tampoco de hambre, Salva
murió de soledad mientras
Salamanca promovía su campaña de Navidad
del Necesitado, ni siquiera tuvo una esquela tan solo una pequeña reseña de
prensa recogía la noticia de que un indigente había aparecido muerto en los
alrededores de la calle Concejo a causa del frio.
EL HAMBRE DE COMPAÑÍA NO TIENE DESPENSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tiene a su disposición este espacio para sus comentarios y opiniones. Sea respetuoso con los demás