La vida no se lo puso fácil cuando acomodó en el carro la tinaja
llena de aceitunas, unos odres de aceite, cuatro cantaros de vino, varias damajuanas con aguardiente, algunas ollas
con producto de matanza metido en adobo y
unos pocos enseres imprescindibles con los que reiniciar su nueva vida en una desconocida calle llamada del Carmen en
Barcelona.
Al alejarse de su pueblo en la serranía Turolense quiso
disimular el miedo canturreando entre dientes mientras mordía el palillo que prisionero
de su dentadura lejos de consumirse parecía querer arraigar en la comisura de
los labios, el cansancio solo consiguió hacerle dormitar y atento siempre al
traqueteo del carro tensaba una y otra vez la maroma correspondiente evitando descalabros
en sus pertenencias y sobre todo la perdida de algún trebejo del que luego
pudiera arrepentirse.
Una vez en Barcelona la calle del Carmen no le pareció el
mejor de los lugares, lo recibió un día triste y húmedo la calle angosta y
sucia blasonaba sus balcones con extrañas colgaduras compitiendo en la fachada por
un metro de sol; sabanas, pantalones, enaguas y ropa interior dejaban al
descubierto los entresijos íntimos de cada casa y la humilde condición de sus
inquilinos, unas esquinas mas allá el ajetreo de la Rambla contrastaba en el claro-oscuro
matutino ejerciendo como telón de fondo de su panorámica visión de futuro. De buena
gana hubiera dado media vuelta sin intentar siquiera descargar aquel carromato
pero la aventura ya estaba iniciada y no había huida posible; apechugar con el destino había sido su lema y la suerte ya
estaba echada.
Por fin se echó abajo acogiéndose en los brazos de su primo al
que había confiado los dineros para el arriendo de un bar con vivienda que el
pariente había prometido como muy idóneo por las condiciones que había pactado
y sobre todo porque al tener la vivienda dentro del mismo local bien podía
sentirse afortunado según estaban las cosas en Barcelona.
Se instaló como pudo y no mucho mas tarde mandó venir a la
parienta y a sus tres vástagos a los que aleccionó para mantener abierto aquel
bar las veinticuatro horas del día incluidos festivos, la facilidad de tener la
vivienda en el altillo les permitía algún descanso en horas menos concurridas,
pero de ninguna manera podían permitirse perder el constante trajín de dineros que suponían los
trabajadores de los muelles del puerto distante
solo unas manzanas calle abajo y que en turnos ininterrumpidos comenzaban de
madrugada demandando su ya celebrado aguardiente y concluían sus turnos
enterrando entre hogazas de pan sus afamadas morcillas, jamón de Teruel y como no el escabeche para
el que la parienta tenía buena mano mientras la concurrencia se entretenía con las cazuelillas
de barro con aceitunas negras machadas y con cebollita que corrían a cuenta de
la casa.
Fueron varios años de lucha donde la vida de la familia se
limitaba a subir y bajar del altillo según las necesidades del negocio sin más
visión del mundo que la que se dejaba ver a través de la esquina de la rambla,
el ventanuco que daba al bar y la barra del mismo como vestíbulo obligado.
Al fin los chicos estudiaron y hoy me dio mucha alegría encontrar
a uno de ellos ejerciendo la medicina en un afamado centro hospitalario pero al preguntarle por sus padres me he dado
cuenta que ha borrado de su biografía sus primeros pasos en Barcelona, me he quedado descolocado y con la
sensación de que en lugar valorarlos como positivos considere esos años como un lastre en su carrera.
Esta generación nuestra acostumbrada a apretar los dientes y
tirar para adelante en los momentos difíciles encajó tanto las mandíbulas que
ahora le es imposible articularlas, parece que los tiempos en que varias
familias compartían un mismo piso no existieron, que los anuncios de alquiler
de habitaciones con derecho a cocina tampoco se producían y unificar local de
negocio y vivienda solo les ha ocurrido a las castas más humildes que
invadieron Barcelona en estos últimos tiempos, está claro que nuestra
generación no solo no constará en la historia nosotros mismos la ocultaremos.
CUANDO EL VALOR DEL
ESFUERZO COTIZA A LA BAJA EL VALOR DE LA
FAMILIA SE RESQUEBRAJA
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