sábado, 7 de diciembre de 2013

EL CARRO DEL ESCABECHE

La vida no se lo puso fácil cuando acomodó en el carro la tinaja llena de aceitunas, unos odres de aceite, cuatro cantaros de vino,  varias damajuanas con aguardiente, algunas ollas con  producto de matanza metido en adobo y unos pocos enseres imprescindibles con los que reiniciar su nueva vida en una  desconocida calle llamada del Carmen en Barcelona.

Al alejarse de su pueblo en la serranía Turolense quiso disimular el miedo canturreando entre dientes mientras mordía el palillo que prisionero de su dentadura lejos de consumirse parecía querer arraigar en la comisura de los labios, el cansancio solo consiguió hacerle dormitar y atento siempre al traqueteo del carro tensaba una y otra vez la maroma correspondiente evitando descalabros en sus pertenencias y sobre todo la perdida de algún trebejo del que luego pudiera arrepentirse.

Una vez en Barcelona la calle del Carmen no le pareció el mejor de los lugares, lo recibió un día triste y húmedo la calle angosta y sucia blasonaba sus balcones con extrañas colgaduras compitiendo en la fachada por un metro de sol; sabanas, pantalones, enaguas y ropa interior dejaban al descubierto los entresijos íntimos de cada casa y la humilde condición de sus inquilinos,  unas esquinas mas allá  el ajetreo de la Rambla contrastaba en el claro-oscuro matutino ejerciendo como telón de fondo  de su panorámica visión de futuro. De buena gana hubiera dado media vuelta sin intentar siquiera descargar aquel carromato pero la aventura ya estaba iniciada y no había huida  posible; apechugar con el  destino había sido su lema y la suerte ya estaba echada.

Por fin se echó abajo acogiéndose en los brazos de su primo al que había confiado los dineros para el arriendo de un bar con vivienda que el pariente había prometido como muy idóneo por las condiciones que había pactado y sobre todo porque al tener la vivienda dentro del mismo local bien podía sentirse afortunado según estaban las cosas en Barcelona.

Se instaló como pudo y no mucho mas tarde mandó venir a la parienta y a sus tres vástagos a los que aleccionó para mantener abierto aquel bar las veinticuatro horas del día incluidos festivos, la facilidad de tener la vivienda en el altillo les permitía algún descanso en horas menos concurridas, pero de ninguna manera podían permitirse perder el  constante trajín de dineros que suponían los trabajadores  de los muelles del puerto distante solo unas manzanas calle abajo y que en turnos ininterrumpidos comenzaban de madrugada demandando su ya celebrado aguardiente y concluían sus turnos enterrando entre hogazas de pan sus afamadas morcillas,  jamón de Teruel y como no el escabeche para el que la parienta tenía buena mano mientras  la concurrencia se entretenía con las cazuelillas de barro con aceitunas negras machadas y con cebollita que corrían a cuenta de la casa.

Fueron varios años de lucha donde la vida de la familia se limitaba a subir y bajar del altillo según las necesidades del negocio sin más visión del mundo que la que se dejaba ver a través de la esquina de la rambla, el ventanuco  que daba al bar  y la barra del mismo como vestíbulo obligado.

Al fin los chicos estudiaron y hoy me dio mucha alegría encontrar a uno de ellos ejerciendo la medicina en un afamado centro hospitalario pero  al preguntarle por sus padres me he dado cuenta que ha borrado de su biografía sus primeros pasos  en Barcelona, me he quedado descolocado y con la sensación de que en lugar valorarlos como positivos considere  esos años como un lastre en su carrera.

Esta generación nuestra acostumbrada a apretar los dientes y tirar para adelante en los momentos difíciles encajó tanto las mandíbulas que ahora le es imposible articularlas, parece que los tiempos en que varias familias compartían un mismo piso no existieron, que los anuncios de alquiler de habitaciones con derecho a cocina tampoco se producían y unificar local de negocio y vivienda solo les ha ocurrido a las castas más humildes que invadieron Barcelona en estos últimos tiempos, está claro que nuestra generación no solo no constará en la historia nosotros mismos la ocultaremos.


CUANDO EL VALOR DEL ESFUERZO COTIZA A LA BAJA EL VALOR DE LA FAMILIA SE RESQUEBRAJA

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona