Tenía el rey la mirada blanda, el
acento redondo y la vista brillante y enriscada
entre dos pómulos que se diría tenían la
misión de proteger sus ojos del siroco
del desierto, su voz capciosa punteaba su lento caminar que mas pareciera
deslizarse sobre ruedas por el escaso interés que ponía por levantar los pies
del suelo.
Nuestro Rey vestido para la
ocasión ostentaba uniforme oficial con bandas multicolores, portaba bastón
alargado que utilizaba para asegurar su estabilidad y se diría que sin este
símbolo su corona y su majestuosidad rodarían por los suelos. Le gustaba y
vivir entre la gente sencilla y sobre todo estaba muy sensibilizado con los más
necesitados y aunque en momentos muy concretos y dado su especial rango debía
presidir más de un desfile y dejarse agasajar por su pueblo no dejaba de
acordarse de los que por falta de trabajo padecían las penurias y miserias de
las que más de una vez había sido testigo activo entre los desheredados por el
reparto de los desechos de algún supermercado.
Nuestro rey caminaba con su
proverbial lentitud mientras lamentaba que su poder estuviera tan limitado
recordando como su pueblo ávido de
respuestas se había congregado más de una vez a su alrededor esperando de su
omnipresencia el legado de ilusión que por un momento el les había prometido.
En este punto recordaba sobre todo a los niños que acudían al colegio con
síntomas de desnutrición y faltos de la ayuda más elemental para los que él
siempre tuvo especial sensibilidad y no menos ilimitado cariño.
Mientras caminaba y nuestro
ilustre personaje ponía en orden sus pensamientos una voz infantil pareció
reconocerle, nuestro hombre quiso
mostrar tranquilidad mientras su corazón palpitaba descontrolado no hera
la primera vez que lo reconocían cuando merodeaba fuera de su palacio pero le
sorprendió la rotundidad con que lo hacia aquel niño al que no podía defraudar pero al que tampoco podía permitir que
rompiera su anonimato.
El chico se le acercó entre
ilusionado y sorprendido sin atreverse a llegar hasta él, pero con el gesto de su mano tantas veces ensayado el pequeño adquirió la confianza necesaria
para arrojarse en sus brazos dando muestras de inmensa alegría y no poco
agradecimiento.
El rey explicó al niño que estaba
de incognito camuflado con ropa prestada y que estaba recorriendo las calles del
barrio para ver si los niños estaban contentos y sobre todo si los papas tenían
trabajo.
Cuando el chico contó en el
colegio que había visto al rey por su barrio nadie le creyó, pero a él estuvo
siempre seguro de que seguía camuflado con el uniforme de medio ambiente
protegiendo a los animales y manejando una
escoba que le servía de bastón pero con la que limpiaba y vigilaba también la honestidad
de su entorno y de todos los que le rodeaban.
Cuando a los pocos días el niño despertó supo por
la prensa que el rey Baltasar una vez hubo
bajado de su carroza había sido expulsado por no tener los papeles en regla.
SIENDO ILEGAL LLEGÓ A SER
REY PERO NO EVITÓ SU EXPULSIÓN
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