domingo, 23 de febrero de 2014

CUANDO LA LUZ ERA DE TODOS

El niño corría calle arriba llamando en todos los portales, a su paso las amas de casa se recogían al momento accionando falleras y atrancando cancelas mientras los visillos cumplían la misión para lo que fueron creados  dejando entrever sin ser vistos.

La calle sumida de pronto en un profundo silencio quedaba semidesierta y solo unas gallinas en tierra de nadie hacían de su caminar una engolada demostración de señorío al disfrutar de un espacio que poco antes les había sido disputado por la chiquillería.

El hombre de gorra con visera descolorida y lápiz en la oreja se manejaba con mucho oficio acunando el libraco donde debiera anotar las lecturas del contador, el constante discurrir de la yema del dedo por los cantos de las hojas hacían de sus esquineras un borrón entre apergaminado y costroso que dejaba ver a las claras los muchos meses transcurridos sin cambiar de cantoral.

Nuestro hombre no tenía prisa; se paraba en cada portal con paciencia de pordiosero y rezonga de  rabadán, una y otra vez insistía en su llamada mientras con un susurro llamaba por su nombre al ama de casa que el presumía saber estaba al otro lado  de la puerta, así nuestro hombre discurría calle arriba haciendo que cada intentona  fuera una ruleta rusa con muy pocos aciertos. Las amas de casa conseguían su propósito, eludir la lectura del contador en épocas de más consumo hasta que llegado el verano el descenso de gasto les permitiera un equilibrio acorde con su presupuesto.

Pero siempre había algún portal donde nuestro hombre no tenía parada obligatoria, el corte de luz por falta de pago no era tan inusual, nuestro contador de voltios pasaba de largo casi de puntillas, las imprecaciones no le estremecían y solo un encogimiento de hombros aparecía como respuesta a las amenazas recibidas.

La noche era nuestra aliada, trozos de cable empalmados y precariamente protegidos con esparadrapo atravesaban patios y tejados ninguna de aquellas casas se quedaba sin suministro y solo una tormenta o un cortocircuito podían impedir la solidaridad entre los vecinos para que  las bombillas  de 40w alumbraran cada camilla familiar y solo en algún caso una derivación ponía en marcha  la radio que forrada de cretonas presidia la cocina al lado de la alacena junto a los platos de enseñar.

Nuestro contador echaba humo, eran demasiadas las familias faltas de suministro y los plomos saltaban con facilidad, el constante roscar y desenroscar dejaba medio barrio a oscuras durante unos minutos sin que un intento de orden pudiera solucionar el problema.
Durante la noche se convocó aquelarre, sombras y fantasmas se hicieron dueños de la noche mientras los niños a falta de luz fuimos enviados directamente a la cama con una determinación poco habitual, al poco la luz se hizo sin que saltaran los plomos y en contra de lo acostumbrado nadie había traído los casquillos debidamente reforzados.

Pasado el tiempo alguien descubrió un cable incrustado en un poste de la luz cercano a nuestras viviendas, nadie dijo saber nada de aquel artilugio pero bien es cierto que a los niños de la barriada no nos había faltado la luz en todo el invierno y en nuestra casa tampoco hubo necesidad de cambiar unos  plomos tan manipulados que solo la habilidad de mi madre ponía en funcionamiento.


CUANDO DIOS CREO LA LUZ NO EXISTIA EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona