El niño corría calle arriba llamando en todos los portales, a
su paso las amas de casa se recogían al momento accionando falleras y atrancando
cancelas mientras los visillos cumplían la misión para lo que fueron creados dejando entrever sin ser vistos.
La calle sumida de pronto en un profundo silencio quedaba semidesierta
y solo unas gallinas en tierra de nadie hacían de su caminar una engolada demostración
de señorío al disfrutar de un espacio que poco antes les había sido disputado por
la chiquillería.
El hombre de gorra con visera descolorida y lápiz en la
oreja se manejaba con mucho oficio acunando el libraco donde debiera anotar las
lecturas del contador, el constante discurrir de la yema del dedo por los
cantos de las hojas hacían de sus esquineras un borrón entre apergaminado y
costroso que dejaba ver a las claras los muchos meses transcurridos sin cambiar
de cantoral.
Nuestro hombre no tenía prisa; se paraba en cada portal con
paciencia de pordiosero y rezonga de rabadán,
una y otra vez insistía en su llamada mientras con un susurro llamaba por su
nombre al ama de casa que el presumía saber estaba al otro lado de la puerta, así nuestro hombre discurría
calle arriba haciendo que cada intentona
fuera una ruleta rusa con muy pocos aciertos. Las amas de casa
conseguían su propósito, eludir la lectura del contador en épocas de más consumo
hasta que llegado el verano el descenso de gasto les permitiera un equilibrio acorde
con su presupuesto.
Pero siempre había algún portal donde nuestro hombre no
tenía parada obligatoria, el corte de luz por falta de pago no era tan inusual,
nuestro contador de voltios pasaba de largo casi de puntillas, las
imprecaciones no le estremecían y solo un encogimiento de hombros aparecía como
respuesta a las amenazas recibidas.
La noche era nuestra aliada, trozos de cable empalmados y
precariamente protegidos con esparadrapo atravesaban patios y tejados ninguna
de aquellas casas se quedaba sin suministro y solo una tormenta o un
cortocircuito podían impedir la solidaridad entre los vecinos para que las bombillas de 40w alumbraran cada camilla familiar y solo
en algún caso una derivación ponía en marcha
la radio que forrada de cretonas presidia la cocina al lado de la
alacena junto a los platos de enseñar.
Nuestro contador echaba humo, eran demasiadas las familias
faltas de suministro y los plomos saltaban con facilidad, el constante roscar y
desenroscar dejaba medio barrio a oscuras durante unos minutos sin que un intento
de orden pudiera solucionar el problema.
Durante la noche se convocó aquelarre, sombras y fantasmas
se hicieron dueños de la noche mientras los niños a falta de luz fuimos
enviados directamente a la cama con una determinación poco habitual, al poco la
luz se hizo sin que saltaran los plomos y en contra de lo acostumbrado nadie había
traído los casquillos debidamente reforzados.
Pasado el tiempo alguien descubrió un cable incrustado en un
poste de la luz cercano a nuestras viviendas, nadie dijo saber nada de aquel
artilugio pero bien es cierto que a los niños de la barriada no nos había
faltado la luz en todo el invierno y en nuestra casa tampoco hubo necesidad de
cambiar unos plomos tan manipulados que
solo la habilidad de mi madre ponía en funcionamiento.
CUANDO DIOS CREO LA
LUZ NO EXISTIA EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD
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