Triste muy triste el caminar,
triste muy triste la subida que aquel pobre chaval con bota ortopédica y pié
deforme tenía que hacer para coronar la cuesta.
Las vecinas aitas de estupor y no
poca sorpresa se hacían gestos entre ellas cuando aquel pobre chico llegaba a
su altura, la gente del llamado corralón se dedicaba a la chatarra y siendo una familia muy
numerosa no había desgracia que no cogieran ni fiebres que no padecieran; pero
la desventura de aquel chico joven aún tenía sobrecogido a medio barrio, nadie
se explicaba lo ocurrido y a nadie llegó la noticia de su desgracia hasta verlo
ya en la calle zanqueando con tal descompás que su malogrando pelaje quedaba
agudizado por el constante zarandeo.
Contaron las mas chismosas del
barrio que el percance había ocurrido cuando se acercaron demasiado a un tren
de cercanías para recoger chatarra,
otras daban fe de que vieron como era arrastrado y rescatado in extremis debajo
de las ruedas de un carro y había quien juraba saber de buena tinta que en un
encontronazo con los guardias había tenido que saltar desde una tapia y en la
caída había chascado el tobillo de tal manera que muy a duras penas habían podido
salvarle la pierna aunque como bien se veía había quedado cojitranco y
maltrecho para el resto de sus días.
La quemazón por conocer y la necesidad de
saber iba reconcomiendo mentes y enervando magines el barrio todo estaba en un
sin vivir y ya los más pequeños perdido el miedo nos atrevíamos a acercarnos al
chico de la bota al que dicho sea de
paso en otro tiempo teníamos prohibido acercarnos por que fumaba a escondidas y
tenia navaja, nuestras madres con la excusa de recogernos fueron cerrando el
cerco en torno al proscrito y no ya por ayudarlo si no por saber de su
desgracia nos permitían cambiar algún cromo, jugar a la peonza a las canicas o gincar
el clavo con él.
El Ramonin perdió su mote y pasó
a llamarse Ramón como correspondía,
entre la grey infantil se tenía como un orgullo ser su amigo no ya por
compasión si no porque a partir de su desgracia siempre venia cargado de achumazos
y en más de una ocasión se permitió el lujo de repartir caramelos de los de café con leche y hasta un
día llegó con una pelota casi de reglamento con la que podíamos jugar todos
menos “El pichi” y el “jabardo” por haberse reído de él y llamarlo “pata chula”.
Su bota parecía el cuerno de la
abundancia siempre preñada de tanto ciñaque que en el barrio llegó a padecerse una
especie de epidemia envidiosa y cognitiva por la que todos los chicos querían quedarse cojos y tullidos para la eternidad.
El mito del chico del corralón
cayó el día en que los guardias lo trajeron prendido de una oreja, el muy
ladino había sido pillado a la puerta de una iglesia pidiendo limosna equipado
con aquellas botas que nos traían a todos de cabeza y que él había sustraído ejerciendo de
aprendiz de zapatero, sus pies descalzos demostraban bien a las claras que no
padecía mal alguno y solo su mirada aviesa y media sonrisa hacia retroceder a las vecinas
que en su día se compadecieron de lo que se suponía era una invalidez
irreparable.
La crisis actual ha clavado en
las esquinas a muchos nuevos chicos del corralón que reales o no me hacen pensar que el ciclo
se cierra donde comenzó, solo ha cambiado de paisaje nunca el paisanaje.
INGENIO Y NECESIDAD UNIDAS SE LLEGAN Y JUNTAS SE VAN
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