domingo, 2 de marzo de 2014

EL CHICO DEL CORRALÓN

Triste muy triste el caminar, triste muy triste la subida que aquel pobre chaval con bota ortopédica y pié deforme tenía que hacer para coronar la cuesta.

Las vecinas aitas de estupor y no poca sorpresa se hacían gestos entre ellas cuando aquel pobre chico llegaba a su altura, la gente del llamado corralón se dedicaba  a la chatarra y siendo una familia muy numerosa no había desgracia que no cogieran ni fiebres que no padecieran; pero la desventura de aquel chico joven aún tenía sobrecogido a medio barrio, nadie se explicaba lo ocurrido y a nadie llegó la noticia de su desgracia hasta verlo ya en la calle zanqueando con tal descompás que su malogrando pelaje quedaba agudizado por el constante zarandeo.

Contaron las mas chismosas del barrio que el percance había ocurrido cuando se acercaron demasiado a un tren de cercanías para recoger  chatarra, otras daban fe de que vieron como era arrastrado y rescatado in extremis debajo de las ruedas de un carro y había quien juraba saber de buena tinta que en un encontronazo con los guardias había tenido que saltar desde una tapia y en la caída había chascado el tobillo de tal manera que muy a duras penas habían podido salvarle la pierna aunque como bien se veía había quedado cojitranco y maltrecho para el resto de sus días.

La quemazón por conocer y la necesidad de saber iba reconcomiendo mentes y enervando magines el barrio todo estaba en un sin vivir y ya los más pequeños perdido el miedo nos atrevíamos a acercarnos al chico de la bota  al que dicho sea de paso en otro tiempo teníamos prohibido acercarnos por que fumaba a escondidas y tenia navaja, nuestras madres con la excusa de recogernos fueron cerrando el cerco en torno al proscrito y no ya por ayudarlo si no por saber de su desgracia nos permitían cambiar algún cromo, jugar a la peonza a las canicas o gincar el clavo con él.

El Ramonin perdió su mote y pasó a llamarse Ramón como  correspondía, entre la grey infantil se tenía como un orgullo ser su amigo no ya por compasión si no porque a partir de su desgracia siempre venia cargado de achumazos y en más de una ocasión se permitió el lujo de repartir  caramelos de los de café con leche y hasta un día llegó con una pelota casi de reglamento con la que podíamos jugar todos menos “El pichi” y el “jabardo” por haberse reído de él y llamarlo “pata chula”.  Su bota parecía el cuerno de la abundancia siempre preñada de tanto ciñaque que en el barrio llegó a padecerse una especie de epidemia envidiosa y cognitiva por la que todos los chicos querían  quedarse cojos y tullidos para la eternidad.

El mito del chico del corralón cayó el día en que los guardias lo trajeron prendido de una oreja, el muy ladino había sido pillado a la puerta de una iglesia pidiendo limosna equipado con aquellas botas que nos traían a todos de cabeza  y que él había sustraído ejerciendo de aprendiz de zapatero, sus pies descalzos demostraban bien a las claras que no padecía mal alguno y solo su mirada aviesa y  media sonrisa hacia retroceder a las vecinas que en su día se compadecieron de lo que se suponía era una invalidez irreparable.

La crisis actual ha clavado en las esquinas a muchos nuevos chicos del corralón  que reales o no me hacen pensar que el ciclo se cierra donde comenzó, solo ha cambiado de paisaje nunca el paisanaje.

INGENIO Y NECESIDAD UNIDAS SE LLEGAN Y JUNTAS SE VAN 

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona