La máquina de coser canta,
su ritmo acompasado y continuo tiene
enhebrada en su aguja las coplas de Juanita Reina y los cuplés de la Piquer, hilos tizas
y dedal se disputan el cestito donde las
alfileres en forma de banderillas permanecen
prendidas en la almohadilla artesana que a duras penas aguanta el continuo metisaca que
busca dobladillos en los que prender o
costura que sacar.
Los hilos de hilvanar mantienen el suelo nevado mientras pequeños trozos de tela juegan a ser alfombra
multicolor disputando el espacio a los pedales
que con rítmico balanceo hacen girar la rueda que impulsa la correa trasmisora,
a trasmano el cesto de mimbre hace tertulia con la silla
de enea mientras esconde en sus entrañas las sabanas de lienzo moreno que
esperan turno para cambiar el embozo y las partes bajeras gastadas por el uso.
Un poco más allá la mesa camilla guarda celosamente la
virginidad de su brasero al cobijo de las faldillas mientras desde el ampuloso
aparato de radio; Matilde, Perico y Periquín
nos hacen engullir “Cola Cao” en la voz de un negrito muy feliz que está
en el áfrica tropical cantando mientras trabaja.
Hacía mucho tiempo que no escuchaba el ritmo de una máquina de coser, mi mujer ha recuperado destreza
para poder rematar un laborioso trabajo y sin darse cuenta a puesto en marcha la
máquina del tiempo que cabalga hacia atrás en busca de los rincones de la
memoria.
Aquella máquina de coser Alfa ya no es pieza importante en
el ajuar
de las novias, la ropa no se recompone, los negritos del África saltan
la verja pretendiendo disfrutar el fruto de su cacao, Matilde, Perico y Periquín
se han trasladado al barrio de San Genaro para contar lo que pasó, la mesa
camilla ya no tiene faldillas porque no hay brasero y la silla de enea no puede
hablar con el cesto de mimbre por que a este lo trajeron de china y no tiene
repajolera idea de nuestro idioma, el Cola Cao que fue alimento para campeones y
deportistas se pregona ahora como des-cacao y bajo en calorías para hacernos más
esbeltos y sus cajas coleccionables pasaron al museo de los recuerdos con las
fotos antiguas entre los mil achiperres de la nostalgia.
El escenario se cierra dejando ver en el telón de fondo unas
cortinas de cretona mientras mi madre me sonríe desde la foto que tengo en mi
escritorio y una nebulosa deja translucir a su lado a mi hermana todavía joven y con hermosas
trenzas emparejando calcetines con calcañales zurcidos o jugando a ser
bordadora en un mantel inacabado.
RUEDA QUE VEAS GIRAR
SI NO LA PARAS PRONTO DEJATÉ LLEVAR
Muy...muy, muy bueno Joaquín. Aunque no te haga muchos comentarios, pienso: Este es mi primo. Un abrazo.
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