D. Pedro el maestro les tiene dicho a
sus padres que servia para estudiar pero en su casa todos los brazos son pocos y solo faltaba que
ella se convirtiera en una señoritinga de esas de ciudad que vienen tan
blanquitas en verano, y no saben ni montar en burro ni nada.
Una rana salta cerca y al salpicarla la
hace volver a la realidad, la cantara estaba totalmente saciada y ya hace
tiempo que debería haberla cambiado por el barril ¡Qué pena!, con lo bien que
se lo estaba pasando imaginándose cosas; apretó bien la corcha de la cántara y
dispuso el barril con mas cuidado, para que coincidiera con el chorro del caño
Es el último viaje por aquella tarde, y
se siente cansada y dolorida porque a pesar de la rodela los roces de los
cacharros en los cuadriles la tienen
marcada, una vez descargada su preciada mercancía
se restregó la cadera para aliviar el escozor
y lanzando un profundo suspiro; se acomodó en el escaño calculando el
tiempo que tardarían en consumir aquel agua que tantos sacrificios y esfuerzos le
costaba acarrear.
Se quedó mirando fijamente, la lumbre que
crepitaba haciendo
hervir el caldero que colgaba de las llares, y con
ayuda de las tenazas removió las brasas avivando la lumbre de los leños que procuró acomodar
entre las trébedes, el manoseado fuelle terminó por hacer su trabajo al tiempo
que la voz de su madre surgía desde la despensa a través del ventanuco de la
fresquera recordándole que tenía que repasar la lección que le había puesto Don
Pedro advirtiéndole que últimamente la veía muy
haragana que mas parecía pensar
en las musarañas que hacerse una mujer de provecho, y que de seguir así la mandarían
a servir a la capital como las demás chicas de su edad.
La niña buscó el candil de aceite y lo
llevó hasta la artesa, donde se acomodó lo mejor que pudo para no perder el
calor de la chimenea y al mismo tiempo estudiar sin aquel
olor que desprendía el carburo y que la tenia semi mareada. Un manoseado libro
que había sido de sus primos mayores, le servía para dar la lección con Don
Pedro un hombre demasiado exigente y que no dudaba en emplear la regla cuando
hacia falta; pues según repetía: La letra con sangre entra.
Al poco tiempo; sintió el chirriar de la
puerta del corral, su padre que venia del campo y metía a los animales en la
cuadra, casi podía contar sus pasos pues eran tantos los días en que escuchaba
los mismos ruidos, que podía incluso saber si los bueyes estaban más cansados
de lo normal o si había abrevado más de la cuenta, su padre con el lenguaje especial que tenia para
el ganado desuncía los bueyes del carro al tiempo que estos ya sin arreos ni coyuntas
que los ataran al yugo movían a derecha
e izquierda sus poderosos cuellos haciendo sonar los enormes esquilones que los
hacían distintos.
Poco después su padre apareció por la
cocina; con el cansancio reflejado en el rostro, se desprendió de la alforja
que traía al hombro y reparando en la
Emilia, se acercó asta la artesa que le servia de improvisada mesa y cogiendo
su cara con ambas manos le estampó dos sonoros besos.
Sus manos rasposas y sus labios partidos
por la continua exposición al viento y al Sol no dejaron de ser suaves al acariciar la carita de su
hija y con alguna torpeza trató de ver que se traía entre manos con aquel
libro, sin intentar siquiera leer párrafo alguno, si bien como el decía: le
gustaba ver los santos.
Hacia
días que no veía a Emilia, hoy la he visto camino del mercado su tez blanca
deja bien a las claras que no pasa por un buen momento, no se queja de nada
solo pide seguir viviendo para ayudar a sus hijos ahora en paro y cuidar a su
padre que ya muy mayor lo trajo con ella
a Barcelona.
HABLAR EN FUTURO A CIUDADANOS QUE VIVEN EN PRESENTE SE
LLAMA POLITICA
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