El murmullo de la sala de espera deja paso a la llamada de la
enfermera que desgranando impasible los nombres de los pacientes tramita los
papeles de alta o de ingreso con la voz cantarina de quien toma su trabajo con
rutinaria eficacia. La señora entrada en años deambula entre los asistentes
dando consejos y conversación a partes iguales, su peregrinar termina siempre
cerca del mostrador y a su pregunta la enfermera siempre responde con un: no ha llegado aun, que los allí
presentes entendemos como fórmula
establecida para ganar tiempo y resignación por parte de la interesada
que al llegar a mi altura no tiene empacho en preguntar y responder sin otra
finalidad que la de sentirse integrada en el ambiente, sus males son todos y
ninguno, sus dolencias insufribles y evitables, su aspecto frágil denota haber
sufrido, sus años se cuentan en sus manos apergaminadas y artríticas, es agradable y más bien
cultivada, nada le es ajeno solo la
tristeza de su sonrisa me dice que sus ojos son solo el baluarte de su defensa.
La sala de espera al fin queda vacía nuestra amiga acude por
última vez al mostrador
desde donde obtiene la misma respuesta; no ha llegado
aún, pregunto a la enfermera por el mal que aqueja a nuestra amable
contertuliana, sin dudarlo me contesta que le duele el alma, no quiere pasar la
pascua con sus hijos y está esperando que la ingresemos para pasar estos
días de navidad en el hospital, suele
venir a menudo para tener con quien charlar y como estos días cerramos las
consultas está verdaderamente asustada.
La veo alejarse su batón la ayuda a llevar los años, un coche
de gama alta la recoge en la acera,
antes de cerrar la puerta me desea una feliz navidad mientras que con un
pañuelo apesguñado se restrega las mejillas, le digo adiós con la mano mientras
se aleja el gran coche que ahora arrastra en su interior la angustia de una
mujer que sufre de soledad.
LAS TIENDAS DE VENTA DE
COMPAÑÍA AGOTARON LAS EXISTENCIAS
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