Recuerdo
perfectamente aquella postal navideña con la que yo felicité las fiestas siendo
rapaz, cuando el ingenio sustituía a la precariedad y el estimulo a la falta de
medios. Era mi felicitación la torre de un campanario donde una de las campanas
tañía lanzando la palabra paz, recuerdo
las caras y reacciones de los clientes que acostumbrados como estaban a que
solo el sereno, el barrendero y el cartero felicitaran las fiestas con una
estampilla con su imagen impresa y alguna estrofilla relativa a la navidad pedían el aguinaldo
abiertamente puerta por puerta y ahora se encontraban con el mequetrefe que llevaba a
casa sus pedidos presentándose con su tarjetita hecha a mano y a todo color
donde se les deseaba las mejores fiestas y el deseo de seguir sirviéndoles
igual de bien el año siguiente, las propinillas caían con bastante alegría y
más de uno de aquellos señores de la “buena sociedad “ a los que yo atendía se
interesó por mis dotes con los pinceles.
Después vino
la época de los Chismas, todo el mundo mandaba
felicitaciones impresas a
cualquier parte del mundo y no dejar a nadie fuera de la lista y sobre todo
acomodar la felicitación a medida del destinatario era un ejercicio de estrategia
del que nadie en la familia se libraba pues todos habíamos de firmar
demostrando nuestra buena voluntad y los mejores deseos pero con originalidad.
Ahora ha
llegado el tiempo de la informática, ya nadie hace el esfuerzo de escribir
sobre papel, todo vicho viviente mensajea y re- mensajea haciendo del móvil el
artilugio destructor de tertulias y reuniones, nadie disfruta una comida sin
ser interrumpido por el mensaje del amigo ingenioso que inmediatamente se
re-envía a no sé cuantos otros amigos a los que no se puede ocultar el placer
de la primicia a su vez todos esos amigos re-contestan con otros cuantos
“emilios” con lo que el caos en la mesa está asegurado y lo que había de ser
una jornada familiar se convierte en el juego de las cuatro esquinas donde cada
uno se confiesa con su móvil sin que haya sargento que reagrupe a la tropa en
desbandada ante un enemigo impostado en el cerebro.
Los malditos
cacharros, deberían entregarse por obligación al llegar a la casa del anfitrión
y ser considerados arma destructiva de ambientes familiares y droga adictiva
que una vez inoculada repercutirá negativamente en las próximas generaciones.
Nadie canta ya un villancico en la sobremesa ni rememora otras navidades ni
propaga las tradiciones sin ser interrumpido, ahora que todo el mundo está
conectado resulta que se desconecta de lo más próximo aduciendo tener que
atender a los atendidos dejando tendidos y desatendidos a los atendedores de los desatendidos dando lugar a
una desatención por la falta de atención, total que para otra vez más vale que
a las reuniones familiares solo acudan los móviles y quédense los interesados
en sus casas de esta manera al menos los demás cenaremos a gusto eso sí;
después de haberlos apagado todos con la
ventaja de que no será necesario cocinar para ellos.
LOS MAGOS RECARGAVAN
LOS CAMELLOS CON LA ESTRELLA “SOLAR”
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