El tío Liborio me despide jugando con una brizna de paja entre
los labios y la boina caída y macilenta
por el grosor acumulado, lo noto corbo y retraído al tiempo que sus ojillos
siempre chispeantes emanan un brillo especial que sus raídas pestañas apenas
pueden sujetar, su estatura chaparra y maciza se sustenta en unas piernas
arqueadas ayudadas siempre por la imprescindible vara de fresno con la que marca y ordena sus
pensamientos y utiliza como báculo acompasando paso y destino, su camisa
abotonada hasta la asfixia se pergeña en el ancho cinto del que cuelgan unos amplísimos
pantalones que reposan cumplidamente en el empeine de sus sandalias.
Los libros del saber del tío Liborio están entre el refranero
español y en el cancionero popular, según él no hay detalle que se escape ni
pasaje ni oficio del campo que no esté recogido en la tradición oral o en la canción
tradicional, según dice el refrán nació para ayudar a memorizar en tiempos en
que no se sabía escribir, se ríe y se
deja reír cuando con algún chascarrillo describe costumbres y oficios ya
olvidados, pero llora por dentro cuando piensa que el mundo rural desaparece
sepultado por las maquinas, los
fertilizantes y el desarraigo. Es nuestro hombre autodidacta en todo, capaz de
mucho y sobre todo impenitente devoto de la comunicación contada y cantada a la
que añade golpes de ingenio y de improvisación haciendo que sus intervenciones sean
siempre distintas y sobre todo ingenuamente geniales. Se obstina en que el
folclore tradicional debería ser obligatorio en las escuelas como método de
enseñanza, maldice las maquinas que apisonan las tierras haciéndolas improductivas, reclama la tracción animal que
al labrar la tierra la oxigena, abona y escarda y sobre todo pide rebaños de
cabras y ovejas argumentando que no hay ecologistas mas naturales para limpiar los
montes que triscando retamando el sotobosque evitan fuegos y además producen carne,
leche, y lana a cambio tan solo de un aprisco donde dormir.
No entiende el tío Liborio que se rompa el monte para hacer
carreteras cuando es el monte precisamente el que nos da la vida, no entiende
que alguien haya puesto precio al agua que el bebe cuando toda la vida corrió
libre por los caños de la fuente y el abrevadero, no entiende que grades
compañías colonicen sus campos instalando postes y generadores de luz con la
bula de un ser superior, no entiende en definitiva que alguien llame progreso a
lo que es dependencia o llame libertad a lo que es sometimiento.
La figura del tío Liborio
queda difuminada al contraluz del atardecer, me paro en el último arroyo
para ver y beber el agua que a no tardar será embotellada y vendida con marca y
marchamo, brindo por el personaje que hemos dejado al que no me he atrevido a
decirle que ahora, de los chismorreos de las solanas se hacen programas en la
televisión, que con parecidas historias como las que el cuenta o similares personajes
hay cantautores que se hacen ricos y famosos y para más inri se ha inventado una
pizarra para escribir con garabatos tal como él lo hacía en sus tiempos de
escuela. Me alejo mirando el retrovisor, los grandes molinos parecen desafiar a
un nuevo Don Quijote pero esta vez el personaje de Cervantes tendría razón, no
son molinos, son gigantes, eso sí económicos a los que parece imposible poder enfrentarse
aunque tengan un Sancho Panza vigilante en nuestro personaje de este verano.
MOLINOS SIN MOLINERA
MAQUILA PARA EL DE FUERA
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