sábado, 10 de septiembre de 2016

ENTRE LA BRUMA DEL TIEMPO

El tío Liborio me despide jugando con una brizna de paja entre los labios  y la boina caída y macilenta por el grosor acumulado, lo noto corbo y retraído al tiempo que sus ojillos siempre chispeantes emanan un brillo especial que sus raídas pestañas apenas pueden sujetar, su estatura chaparra y maciza se sustenta en unas piernas arqueadas ayudadas siempre por la imprescindible  vara de fresno con la que marca y ordena sus pensamientos y utiliza como báculo acompasando paso y destino, su camisa abotonada hasta la asfixia se pergeña en el ancho cinto del que cuelgan unos amplísimos pantalones que reposan cumplidamente en el empeine de sus sandalias.

Los libros del saber del tío Liborio están entre el refranero español y en el cancionero popular, según él no hay detalle que se escape ni pasaje ni oficio del campo que no esté recogido en la tradición oral o en la canción tradicional, según dice el refrán nació para ayudar a memorizar en tiempos en que no se sabía escribir,  se ríe y se deja reír cuando con algún chascarrillo describe costumbres y oficios ya olvidados, pero llora por dentro cuando piensa que el mundo rural desaparece sepultado por las  maquinas, los fertilizantes y el desarraigo. Es nuestro hombre autodidacta en todo, capaz de mucho y sobre todo impenitente devoto de la comunicación contada y cantada a la que añade golpes de ingenio y de improvisación haciendo que sus intervenciones sean siempre distintas y sobre todo ingenuamente geniales. Se obstina en que el folclore tradicional debería ser obligatorio en las escuelas como método de enseñanza, maldice las maquinas que apisonan las tierras haciéndolas  improductivas, reclama la tracción animal que al labrar la tierra la oxigena, abona y escarda y sobre todo pide rebaños de cabras y ovejas argumentando que no hay ecologistas mas naturales para limpiar los montes que triscando retamando el sotobosque evitan fuegos y además producen carne, leche, y lana a cambio tan solo de un aprisco donde dormir.

No entiende el tío Liborio que se rompa el monte para hacer carreteras cuando es el monte precisamente el que nos da la vida, no entiende que alguien haya puesto precio al agua que el bebe cuando toda la vida corrió libre por los caños de la fuente y el abrevadero, no entiende que grades compañías colonicen sus campos instalando postes y generadores de luz con la bula de un ser superior, no entiende en definitiva que alguien llame progreso a lo que es dependencia o llame libertad a lo que es sometimiento.

La figura del tío Liborio  queda difuminada al contraluz del atardecer, me paro en el último arroyo para ver y beber el agua que a no tardar será embotellada y vendida con marca y marchamo, brindo por el personaje que hemos dejado al que no me he atrevido a decirle que ahora, de los chismorreos de las solanas se hacen programas en la televisión, que con parecidas historias como las que el cuenta o similares personajes hay cantautores que se hacen ricos y famosos y para más inri se ha inventado una pizarra para escribir con garabatos tal como él lo hacía en sus tiempos de escuela. Me alejo mirando el retrovisor, los grandes molinos parecen desafiar a un nuevo Don Quijote pero esta vez el personaje de Cervantes tendría razón, no son molinos, son gigantes, eso sí económicos a los que parece imposible poder enfrentarse aunque tengan un Sancho Panza vigilante en nuestro personaje de este verano.


MOLINOS SIN MOLINERA MAQUILA PARA EL DE FUERA

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona