Que solo se queda el silencio
cuando el eco habita las mentes
que
frías las camas de noche
sin
calor, sin hogar, ni parientes.
Ya
no hacen de ruidos los campos
ni
las vacas rumian impacientes
ni
los pájaros ya trinan ociosos
ni
silba el pastor entre dientes.
Y
es silencio el paisaje de aneas
y es
silencio no haber referentes
y
es silencio el que empuja sus ruedas
y
es silencio el que esquiva pacientes.
Ya lo llevan trochando veredas
entre
setos de sombra y relentes
sin
mirar, sin sentir, sin maneras
transportando
al anciano sin lentes
que
dejó sus oídos en tierra
y
no ahorma quijada a los dientes.
¡Que
solo se queda el silencio!
que
sola se encuentra la mente
de
esa vida añosa y gastada
con
el verbo vivir, sin presente.
J. Hernández.
Es la historia del paisano sordo y en silla de ruedas que conocí en una residencia de ancianos aquí en Barcelona, su aislamiento con el entorno me impresionó tanto que quise reflejarlo con este trabajo.
Estos días
cuando las residencias de ancianos están desgraciadamente de actualidad alguien
me pide que reproduzca esta composición. Debo añadir que en el tiempo que con nuestra rondalla visitamos distintas
residencias para animar y revivir con los residente viejas canciones y recuerdos
lo que más me impresionaba eran sus miradas, a través de ellas podías entender
angustias y alegrías pero sobre todo resignación.
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