lunes, 5 de julio de 2021

DESTILANDO NOSTALGIAS

Una casa en el campo es como el pozo sin fondo de otras épocas, en aquel se encontraban  herradas perdidas en el tiempo, un garfio de sacar enseres, gafas de culo de botella  o el mismísimo candil de aceite que dabas por perdido y que un día se precipitó cuando intentábamos adivinar  el nivel del agua, en cambio la casa de campo cabe todo, o mejor: allí cabe todo lo que los demás consideran que no cabe en la suya.

Estos días me he impuesto hacer limpieza, el garaje se había colapsado y ya por sentido de utilidad práctica ha sido necesario desalojarlo, de allí han salido recuerdos de mi infancia, discos de vinilo, tebeos,   juguetes de mis nietas y aún de mis  hijos y no pocos recuerdos de viajes y aficiones, todo ello he tenido que empaquetarlo  con los ojos cerrados camino del contenedor más próximo.  Me ha dolido sobre todo despedirme de los libros guardados con empreño de bibliotecario esperando que mis descendientes pudieran encontrar en ellos la inquietud del saber,  nada de lo guardado les ha sido practico, ahora todo está recogido y resuelto en sistemas electrónicos, mis nietas se horrorizan ante la montaña de papel, los títulos al huso nada tienen que ver con los  manejados en mi tiempo, desechar una enciclopedia en otro tiempo completísima o títulos de autores clásicos o de historia,  coleccionables interminables donde cada semana invertías tus ahorros a costa de otras privaciones ha sido un vía crucis, verlo todo empaquetado  camino del destierro ha sido cuando menos ingrato y doloroso.

Al limpiar el puñetero garaje me he visto en algún momento en la piel de mi abuela cuando en su tiempo le decían que había que desalojar el desván porque estaba lleno de trastos que no valían para nada y ella cortaba por lo sano diciendo que allí no estorbaban a nadie, mi abuela tenía razón y así fue como yo pude encontrar cerraduras oxidadas con llave a dos manos, candiles de aceite y carburo, piezas de vajilla desportilladas,  cuernos de vacuno con dibujos tallados por la navaja de algún pastor, la romana para pesar que utilizaba en el comercio,  el farol de aceite con el que revisaba si las puertas del corral estaban atrancadas y una carrucha que debía servir para sacar agua del pozo. He de confesar que de esto no he sido incapaz de desprenderme, los he dejado depositados en una especie de alacena en un hueco del garaje, allí permanecerán hasta que algún curioso quiera investigar el origen de la familia. 

Las generaciones venideras tendrán todo en archivos electrónicos, carpetas o nubes intangibles pero no experimentarán nunca la sensación de abrir un arcón centenario y recuperar los vestigios físicos de su propia historia, ellos se lo pierden.

           LA ALACENA ERA EL EXPOSITOR DE LAS HERENCIAS

 

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona