En navidad y sobre todo el día de reyes en casa tenemos la costumbre recordar los pinchos del bar Plus Ultra de Salamanca. La historia comenzó cuando saturados de dulces, turrones, mazapanes y peladillas mi mujer decidió recibir a los reyes magos con una cena fría y allí me tienen por la mañana rodeado de huevos, gambas, pepinillos, pimiento morrón, alcachofas, espárragos, patatas, anchoas, cebollitas, aceitunas y mayonesa confeccionando los mismos aperitivos que ofrecíamos en la barra del bar más popular de la ciudad charra , es el momento en el que regreso a los años de mi adolescencia y vivo en aquel tramo de la calle concejo esquina con la plaza mayor donde no faltaba el carro de los helados, un barquillero, la maquina del tren tostadora de pipas, un quiosco de prensa, una farmacia, una ferretería, dos pensiones, una tienda de ropa, una agencia de publicidad, una tienda de objetos religiosos y una academia de bordados donde las jóvenes estudiantes taconeaba con alegría los adoquines de aquellos menos de cien metros de calle cerrada al tráfico.
En el bar la hora del
mediodía era estresante, la variedad de pinchos inducia a múltiples combinaciones
pedidas siempre en voz alta entre el entrechoque inevitable de platos, vasos y el metálico repicar de la máquina registradora
que manejaba mi tío Agustín, este trajín duraba un par de horas a las que sucedía después una tregua hasta llegaba
de la hora del café. Solo había tres variedades: cortado, solo o con leche, (la
leche fresca hervida y servida), para
las mesas teníamos como camarero a Nicolás “El gateras” y Manolo “El Múchares” era el limpiabotas,
los dos oficiaban mientras las
fichas de dominó al golpear contra las mesas de mármol marcaban compases
desafinados , allí fumaba todo el mundo directa o indirectamente, “las Fárias”
eran los habanos de los pobres, los mas
fumaban Ducados, los pudientes Camel,
Chester o Luky y alguno tiraba
con ceremonia de cachimba impregnando con su aroma el ambiente, el
encendido de algún puro habano ya era otro cantar, un autentico habano no se fumaba todos los
días y era obligado exhibir su vitola hasta el final del veguero para dar fe de
su autenticidad.
El Plus Ultra tenía clientela fija, llamábamos a cada cliente
por su nombre, sabias lo que iban a tomar antes de pedirlo y sobre todo tenías
que controlar y cobrar las fichas del teléfono público so pena de llevarte
algún tirón de orejas. Había clientes especiales a los que se les respetaba su
sitio, en la sala del fondo un futbolín distraía a los más jóvenes y solo se
disponía de un precario servicio para hombres y mujeres, en invierno perchas como
estantes sujetas en las paredes resultaban insuficientes para tanto sombrero y
ropa de abrigo y solo el gran reloj que colgaba del techo parecía presumir de autoridad.
Visto ahora mi situación en aquel ambiente podía considerarse
explotación infantil, pero en aquella época a nadie se le hubiera ocurrido
llamarlo así al igual que la gente del campo utilizaba a sus hijos para echar
una mano en las tareas de la hacienda o el tendero de la esquina tenía a su
vástago llevando encargos o atendiendo el almacén o el peluquero disponía de un
mequetrefe para sujetar la vacía y enjabonar barbas, los chiquillos de entonces
teníamos la obligación de madurar, no hacían falta libros la escuela estaba en la calle y era tan
amplio el índice de materias que solo dependía de tu interés llegar a la titulación de dependiente,
camarero, carpintero, fontanero o
cualquier oficio que diera para vivir. Ahora cuando leo que hay gente en el
paro y quedan puestos de trabajo sin cubrir me da la sensación de que los
alumnos desprecian la escuela de la experiencia.
LA CALLE DABA TITULO DE
SUPERVIVENCIA O CÉLULA DE MARGINADO
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