Bien es verdad que la mañana invitaba al paseo y como el cuerpo pedía albarca salí de casa con ánimo de no llevarle la contraria, superé la plaza Ibiza y calle Campoamor sobrepasé el velódromo y me llegué hasta el parque del Laberinto, allí recordé la foto que duerme en mi mesita de noche, mis hijos pequeñines en la gruta del estanque, dudé si estaría todo igual y me asaltó la duda de si podría repetir aquella foto cincuenta años después, allí me tienen recordando tiempos de corbata, americana y carrito de niño en día en primavera, las ilusiones de padres principiantes y nostálgicos, las mil dudas de cómo educar, las expectativas de un futuro por el cual habíamos abandonado nuestra tierra y sobre todo la gran responsabilidad de sacar adelante una familia sin referentes cercanos..
En estos devaneos estaba cuando un extraño ruido de cigarra herrumbrosa
llamó mi atención, allí a la solana sentando en un banco de piedra un hombre de edad pareja afinaba su serrucho,
no he podido por menos de acercarme por lo extraño de su entretenimiento y sobre
todo por el minucioso interés que ponía en su cometido que mas pareciera
solista de violón desafinado que limador de puntas de serrucho en extinción. El saludo protocolario fue
roto sin problemas, ha vuelto su mirada y posando su instrumento me dice que es
de la tierra donde los pernicotes del jamón se aprovechaban para el puchero que
el siempre cortaba con aquel serrucho y que al no tener mejor cosa que hacer
allí estaba dándole a los dientes lima arriba lima abajo mientras tomaba el
sol, bien me dijo que era de tierras seguramente desconocidas para mí, que siendo siete hermanos habían abandonado la
hacienda para venirse a trabajar a Barcelona y que unos por otros habían dejado
caer la casa, el corralón y hasta unas
tierras de las que nadie se preocupa, nuestro hombre desgrana las
circunstancias del desapego una vez faltaron los padres y de qué manera siendo
tantos hijos nadie se hizo cargo de nada por la carencia de ayudas y trabas de la administración.
Observándolo me doy cuenta que nuestro hombre más que limar
escarba en su pasado, el instrumento que tiene en la mano en la soledad de la
montaña catalana es un grito o tal vez un sollozo de nostalgia, podría asegurar
que al hacerlo está reviviendo escenas de badil y escaño o de cuadra y acarreo,
baja la mirada cuando se lo comento y enarbolando
el puñetero serrucho me lo muestra y me aclara que perteneció a su casa y no
quiere perderlo, al despedirnos me dice que
es de un pueblecito de Salamanca a veinte kilómetros de Vitigudino, pensar que él decía ser de una tierra que yo
no conocería……………
Después de tantos años la comunidad de Castilla y León sigue
desangrándose nadie parece interesado en potenciar la vida rural, las proclamas
de los candidatos en estas elecciones solo pugnan por desacreditar al contrario, ninguno habla de carencias,
ninguno pone al ciudadano por encima de los intereses de partido, ninguno habla
y todos callan, nuestra mentalidad de
hidalgos venidos a menos sigue prevaleciendo, estamos programados para estar en
el escaparate nadie se mete en la trastienda,
quizá los de la España vaciada arranquen un puñadito de votos, quizá
quizá, quizá…
LOS SOLISTAS DEL SERRUCHO NO TENEMOS PARTITURA
J. Hernández
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