Téngome por acumulador, bibliófilo de viejo, escudriñador de escombros y buhonero por afición, algo superior a mi me invita a la rebusca y al escudriño y en no pocas ocasiones tengo que alegrarme de no disponer de mula ni carro con los que cargar pues de tenerlos habría de tornar en museo el resultado de mi requisa y en buhardilla de Diógenes con candil incluido el acopio literario, en no pocas ocasiones con arto dolor de mi corazón dejo en manos de la providencia restos de madera labrada, alfeizar, azulejos y no pocos enseres que siendo de otra época vienen a morir a manos de una reforma mal planteada donde el plástico y la fibra sustituyen a la historia.
Inclinación especial tengo por los libros, no hay más dolor a
la vista que una pira de libros abandonados
en muchos casos aparentemente inmaculados, las nuevas tendencias
electrónicas justifican en algún caso lo anárquico de una antigua enciclopedia
o si se quiere compendios de estudios y materias anacrónicas por el paso del
tiempo, pero nada justifica que libros de antiguas ediciones terminen en un
contenedor por lo ajado de su portada o la posible dispersión que por el uso
hayan sufrido sus páginas, Puedo decir
que de este escudriñar he conseguido libros muy curiosos de ediciones agotadas
y difíciles de encontrar aún en librerías de lance, de todo ello me
enorgullezco y sobre todo cuando tengo ocasión de hacer feliz a una tercera persona
cuando pongo en sus manos un volumen que no esperaba o no era fácil encontrar.
Quiero pensar que esta tendencia mía comenzó en CASA CENTENERA de Salamanca, una
librería de viejo situada en la plaza del Corrillo donde yo me pasaba horas
enteras mirando sus escaparates y en no pocas ocasiones el temperamento de uno
de los hermanos me despedía con una especie de gruñido que tu interpretabas
como que estabas molestando el paso de posibles compradores. De aquella
librería recuerdo su olor característico a papel viejo y sobre todo la mirada
por encima de las gafas de uno de los hermanos mientras tasaba lotes de libros
de estudiantes que pasaban de curso, los
dejaban en depósito para salir de un apuro o por el contrario intentaban
conseguir un tratado de anatomía a cambio de muy pocas pesetas, puedo asegurar también
que vendía libros a plazos a clientes de confianza, esta misma librería la
menciona el propio Camilo José Cela en sus memorias y cuyo rotulo de porcelana
esmaltada descansa en sus casa museo allá en Galicia.
Hay libros que han viajado conmigo a lo largo de los años
pero uno sobre todo al que tengo gran cariño, fue el primer libro que como tal
llegó a mi poder y no puedo asegurar que no fuera ya de segunda mano, fue uno
de los pocos regalos de mi madrina de bautizo: PINOCHO que junto con el Quijote he releído incontables veces pero
tal vez fue este Pinocho el que abrió las puertas de mi afición a la lectura,
setenta años lleva conmigo, no quisiera imaginar que algún día alguien pueda
encontrarlo en un contenedor.
LIBROS
EN LA BASURA, INSULTOS DE INDIGNIDAD
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