Recuerdo al cobrador de la luz con su mamotreto de pastas de madera recorriendo el vecindario anotando el consumo de los contadores, recuerdo también el sigilo que nos imponían a los chiquillos del barrio hasta hacernos desaparecer cuando nos habíamos pasado del consumo mínimo y se entraba en una tarifa a la que el presupuesto no llegaba, el cambio constante de plomos que se fundían por exceso puntual de aparatos en funcionamiento y el reforzamiento de aquel hilo de cobre en la cajita de cerámica que encerraba “los plomos” para que aguantara mas pero que en su defecto terminaban por recalentar los cables retorcidos y revestidos de tejido de algodón.
En aquel barrio había siempre un vecino habilidoso al cual llamar cuando la cosa se complicaba, entre otras cosas estaba especializado en deslizar un trocito de radiografía en el contador de manera que inmovilizaba los dígitos de la lectura o como no, una toma falseada que de tiempo en tiempo desconectaba para no crear desconfianza en el portador del cartapacio de madera, aquel chaval vestido siempre con mono azul hubo un día en que le fallaron los cálculos y a poco quema la instalación pero salvo ese detalle al que hubieron de recurrir armados de escobas para atajarlo por lo demás siempre estaba de servicio.
En el barrio convivían oficios tan diversos como carpinteros, carreteros, guardia urbano, pulidores de piedra artificial, conductor de autobús camareros y pequeños industriales, por la tarde a la puerta de aquellas casitas de planta baja se daban cita grupos de vecinas que tejiendo y destejiendo se entretenían con noticias del vecindario y las escabrosas noticias de expandidas por “EL CASO” periódico folletinesco de amplia difusión y manual inexcusable de tertulias y solanas. ¡Lastima! que ninguna de aquellas vecinas llegaran a percatarse de que entrando y saliendo por aquellos pasillos teníamos a los dueños de Calzados Danubio, ubicada en la plaza del corrillo, una familia sumamente discreta de la que luego supimos por la prensa madrileña que el cabeza había sido detenido, era un fugado del régimen Hitleriano.
De aquel barrio me he acordado en las horas del “apagón”, quiero recordar que solamente había luz unas horas al día, que más de una bombilla encendida era un lujo y para prevenir que las puntuales subidas de luz fundieran las lámparas del aparato de radio había un “aparatejo” regulador que se llamaba voltímetro. Aquellas vecinas de la Calle Marqués de Caballero hoy desaparecida, no tenían miedo al ningún apagón tan solo temían que una tormenta descalabrara el tendido y La Electra tardara días en arreglarlo y en la radio no pudiéramos escuchar los consejos de Elena Francis y a Matilde Perico y Periquín.
A ESTE BARRIO SOLO LE FALTÓ UN GARCIA MÁRQUEZ QUE LO CONTARA
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