martes, 1 de septiembre de 2009

LA SOMBRA DEL TRICORNIO

La niña levantó la mano hacia su progenitor en un intento de ser igual que las niñas de su entorno, sintió el roce del guante de algodón y trató de acomodar su mano al calor del encuentro, pero una enérgica sacudida le hizo entender que tampoco en ese caso era como las demás niñas. El reglamento no podía saltarse y menos en posición de saludo, la pequeña no podía entender que su padre no la cogiera en brazos como hacían las demás niñas, que no pudiera pasear de su mano, que no pudiera abrazarlo cuando estaba de uniforme, que no pudiera verlo con otra ropa, que lo tuviera que ver a distancia ahogando su deseo de cariño.

Hacía poco que habían llegado a este pueblo; con el curso comenzado el colegio no parecía haberla admitido con buena disposición y sobre todo los compañeros de clase, que no dudaron en manifestarle un rechazo despectivo que la mantenía siempre en guardia y alerta a cualquier desplante.

La zona intrincada en la frontera con Portugal, hacía del pueblo paso obligado de contrabando y parada y fonda de muchos muleros. La población dependía de una u otra manera de aquella profesión de noches sin luna, de labradores de día y sombras de noche que conocían veredas imposibles y caminos ovejeros por los que pasar sin ser vistos. Jugarse el tipo era cuestión de reaños y mucha suerte, y una carga de almendras, unas máquinas de coser o un saco de café podían paliar muchas carencias en una España de hambre y de miserias.

La niña había venido desde tierras manchegas donde los maquis arrasaban haciendas y tendían emboscadas, donde su padre batió sierras y durmió al raso, donde tampoco la gente reconoció su esfuerzo y desde donde un tren ovejero les había sacado a medio curso escolar.

En este pueblo estarían poco tiempo, luego otro y otro y después otro, nadie pensaba en los niños de los cuarteles; nadie pensó en el desarraigo; nadie, en su educación; nadie en sus carencias; el destino sería marcado exclusivamente por el devenir de la carrera del padre que al albur de las disposiciones del momento podría ser destinado a cualquier parte de la geografía Española.

Cuando se escribe la historia de la Guardia Civil muy pocos contemplan la situación de los hijos, que tenían que seguir al cabeza de familia allí donde fuera sin tener en cuenta estudios ni traumas; sin contemplar lo que podía influir la ruptura de afectos y vínculos de amistad, sin contemplar mas horizonte que el verde del uniforme y la frontera que marcaba el cuartel de destino.

El Duque de Ahumada consiguió una buena cosecha entre los hijos varones de sus descendientes para su colegio de guardias jóvenes, pero ¿qué pasaba con las hijas?
La sombra del tricornio es mucho más amplia de lo que se describe, muchos hijos e hijas tuvieron que vivir bajo la disciplina de la guardia civil sin serlo, tuvieron que guardar normas sin tener derechos, tuvieron que someterse sin pretenderlo.

Ahora cuando las nuevas promociones adquieren derechos y obtienen compensaciones nadie acierta a comprender como la sombra del tricornio pudo ser tan densa para hacer que aquellos hijos e hijas de la pre-democracia no tengan historia.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona