lunes, 28 de septiembre de 2009

TIEMPO DE OTOÑO

La llegada del frío se notaba en aquella calle nada más comenzar la cuesta, una hilera de braseros florecía a lo largo de las fachadas. Si una vecina decía que empezaba a notarse algo de fresco por las noches inmediatamente aparecía el primer ejemplar; en los días siguientes se iban sumado el resto de viviendas como setas en tiempo de otoño. La colección de braseros acompañados de su correspondiente badila, bote conservero convertido en chimenea y, cómo no, la alambrera protectora que, siendo pirámide cuando nueva, tenía ya forma de pastel defecado por cuadrúpedo morucho daban la sensación de una competición popular entre calórica y pastelera.

Una mesa ca
milla y un brasero reunían a la familia, una mesa camilla un brasero y unas cartas unían a los vecinos, y una mesa camilla un brasero y una copita de anís con perrunillas acogían una visita. El brasero en invierno era el centro de todo, la camilla que lo cobijaba era el punto central de la circunferencia familiar desde el que los radios podían no ser equidistantes pero al cual convergían todos los extremos. Aquel brasero servía para calentar camas, asar castañas y patatas, secar ropa en el azufrador, incluidas las empapaderas del último bebé, y producir lo que entonces se decía un “tufo” de padre y muy señor mío que hacia vomitar lo vomitable y salir a la calle a tomar el aire para despejar el mareo.

Recuerdo que las mujeres se ponían una especie de espinilleras de cartón porque si no decían que le salían cabras en las piernas y ahí me las tienes por toda la casa con aquellas extrañísimas aplicaciones que más parecían armaduras de juguete que defensas braseriles

Si al tiempo del brasero alguien había conseguido pagar los primeros plazos de una radio aquello podía considerarse el salón principal de la barriada, las vecinas se reunían para escuchar los seriales de Casaseca, los chicos no podíamos pasar sin Matilde, Perico y Periquin, y los padres de familia mandaban silencio para escuchar “El parte” con el aire reverencial de quien escucha la lectura de las tablas de la ley.

Al amor del brasero se fomentaron noviazgos, se recordaban historias familiares, se hacían jerséis de punto para la gente menuda y no tan menuda, se repasaban fotos de los abuelos y se rezaba el rosario en familia promovido por no sé qué cura del que te quedaba la sensación de que si no lo rezabas te mandaba directamente en las profundidades del averno. Y
o, la verdad es que nunca supe quién era el averno pero es que tampoco quería preguntarlo no siendo que con solo conocerlo me arrastrara con él.

Al amparo del brasero se competía en la confección de las faldillas, las madres (hoy se llaman amas de casa) ponían su imaginación y su ingenio por conseguir una transformación elegante y acogedora de alguna prenda antigua que tras sucesivas aplicaciones moría siendo faldilla, telón de las brasas de brezo y portada del libro de firmas de la badila correspondiente.

Los nuevos tiempos se ha perdido el calor de hogar, nadie acierta cómo conseguir que las generaciones se entiendan dialogando, es muy difícil reunir a todos los miembros de la familia y por si fuera poco nadie parece prestar atención a las historias de los abuelos porque las fotos ya no son de papel, los vecinos se miran por encima del hombro, la copa de anís y las perrunillas se ha sustituido por la coca cola y la pizza y la radio ha perdido su sitio al entronizar la televisión en el sitio preferente del salón de la casa, la mesa camilla ha quedado relegada a un souvenir y el brasero ha sido sustituido por una chimenea de diseño que hace bonito pero que no se enciende porque ensucia mucho.

SI QUIERES CALOR DE HOGAR PON UN BRASERO EN TU VIDA

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho tu disertación sobre los braseros, tiene un agradable sabor de lo antigüo que no volverá.
    Sin ánimo de enmendarte la plana, creo que el averno es un lugar, mas que un personaje.
    Saludos.
    clavileño

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona