Siempre que visito Salamanca y me acerco por la ahora avenida
de Portugal no puedo sustraerme al juego de adivinar donde se encontraba
aquella casita de planta baja que me vio pasar del “pelele” al pantalón corto, aquellas viviendas unifamiliares de “un
andar” cuando las madres parián niños autosuficientes con especial intuición
para el peligro y la camaradería tomando al asalto el carro de mulas del señor
Prudencio cuando esta jadeaban subiendo la cuesta o retaban a los trenes que pasaban
por medio de la calle, su tránsito marcaba las horas de las comidas y su pitido
estridente emitido desde el puente de hierro ponía en guardia a la comunidad
que inmediatamente recogía niños y gallinas hasta que pasaba el último vagón,
allí todo el mundo obedecía y pobre de ti que no respetaras la orden de una
vecina o hicieras remilgos dudando de su autoridad, en este caso la zapatilla
se ponía en danza y no había ni protección de menores que te salvara ni trauma
que te marcara para toda la vida.
Con este pensamiento incluí en su día en la galería de mis
recuerdos la imagen de este tren de juguete perdido ya en la nube de los
recuerdos pero hoy quiero recordar con él a mi amiga Elvira, chavala espabilada
y despierta como pocas que con muy pocos años más que nosotros velaba por
nuestra seguridad, para ella mi recuerdo y la promesa de pasar a saludarla en
mi próxima visita a Salamanca. Un beso “Viri”.
EL TREN DE LAS 12´15
Yo crecí con un tren
de juguete
Que pasaba piafando a
mi vera
Eran recios; vagones enormes
Hechos todos de hierro
y madera
Al pitido obligado en
el puente
Yo nervioso saltaba a
la acera
Y al fin tieso y
derecho cual huso
Le lanzaba mi adiós
desde tierra
Su silbato entre fuego se queja
Lanzando una gran humareda
Y yo arengando entre toses
del humo
Me creía ganar una guerra.
Que importante era
aquel maquinista
Cien vagones y un tren
por su cuenta
Cuanto gozo me daba a mí
el verlo
Cuanta envidia su
gorrilla negra
Ya no humea ni pita ni
tiembla
Ya no son de madera
las vías
Ya no se hace de humo
la niebla
Y me asomo triste a la
ventana
Y la mano aun quieta
me tiembla
Que será de aquel maquinista
Que con humo ilustró mi
inocencia.
Ya no son de juguete los trenes
Ni la vía es taller y
herramienta
Que planchaba tapones
de chapa
En un riesgo infantil
de ruleta.
J. Hernández
Muy bueno. Un abrazo muy especial a todos los que aun vivimos y guardamos algún recuerdo de entonces.
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