Leo en la prensa la expectación que está despertando la apertura al público de la antigua vía del ferrocarril que unía La Fregeneda con Barca d´Alba ahora como corredor verde, son 17 km. de puentes prendidos en los acantilados entre túneles, farallones e impresionantes desfiladeros hasta llegar a tierras portuguesas. Ha pasado mucho tiempo demasiado tiempo diría yo pero aún recuerdo mi paso por aquellos parajes, de cómo Avelino y “la Patro” sobrevivían atendiendo una cantina en miniatura a expensas del único tren que transitaba por aquellas vías, o como un puesto permanente de la Guardia Civil se ocupaba lo mejor que podía de atajar el trapicheo de café que viajaba entre briquetas de carbón, cajas de herramientas y los falsos dobles tabiques de madera con que contaban aquellos vagones de tren de juguete, quiero pensar que la historia tampoco recogerá que Angelita se llamaba la última matrona destinada en aquella estación o las andanzas del teniente coronel de estado mayor y sus hijos que venían cada verano desde Madrid y lo pasaban semi-asilvestrados en una casita perdida en aquellos parajes con faisanes en una corrala, botas atadas con alambres, camisas de talla universal y estampa de robinsones impropia de su escala militar.
Aquella estación
estaba perfumada por enormes y majestuosos eucaliptos que en la anochecida
daban cobijo a incontables bandadas de estorninos que al acercarse nublaban la vista del sol en
una fantástica danza acrobática, todo estupendo si no fuera que después dejaban
como pago de su pensión una manta de excrementos a todo lo largo del recorrido
incluido el material que tenía asignado la brigada de Renfe que se encargaba de
mantener las vías en servicio, la misma brigada que manejaba una vagoneta impulsada a brazo y con freno de
palanca para bajar hasta el vecino pueblo portugués y que al paso por los
desfiladeros parecía comerse el vértigo despertando al novato una nerviosa risa
tonta que acababa con el estomago en
reverencia.
El trapicheo de café a través de la estación de Fregeneda era
de baja cota, lo justo para ayudar a familias con sueldos insuficientes a
sobrevivir con cierta holgura o aspirar como mucho a tener piso propio, no era difícil
conocer las andanzas por los bares y cafeterías de salamanca de los trajineros del café “La
Guapa” y marca “El Clavel” aunque este menos apreciado por demasiado
torrefactado y de cómo conferían secreto de confesión a su ofrecimiento mercantil
so pena de cárcel o multa gubernativa que nadie creía pues el propio producto
expandía un aroma imposible de camuflar. Cada cafetero ambulante tenía clientes
fijos y semanalmente aparecían con su
tesoro oculto en cestas de mimbre, los precios no solían oscilar de una semana a otra aunque se permitía un
cierto regateo según la cantidad a consumir hasta que el exceso de mercancía rompió
el mercado y en la frontera se estableció un control más exhaustivo que hizo
languidecer el trapicheo durante una larga temporada.
Salamanca abre por fin
la puerta a la comarca del Abadengo, la lucha ha durado años, la iniciativa
privada siempre ha estado por delante de la oficial en una lucha constante
contra una burocracia que más parecía mirar hacia Madrid que a sus propios
intereses. La comarca del Abadengo con esta apertura queda incluida como visita
obligada para aquellos que quieran conocer en profundidad los tesoros de una
Castilla olvidada pero que ahora emerge con fuerza y necesidad de promocionarse.
EL ABADENGO ADORNÓ CON HORQUILLAS SUS MONTAÑAS
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