Corría el año 1957, los medios eran pocos las ilusiones muchas y ambas caminaban de la mano del ingenio y la astucia, el mancebo de la farmacia de Garcia Isidro en Salamanca tenía la edad justa para no haber perdido el respeto pero había ganado titulo en supervivencia, las navidades y los fríos de aquella ciudad eran fechas sensibles muy propias para catarros, bronquitis, gripes, resfriados y males propios del mal comer que puedan incluirse en el vademécum pulmonar de andar por casa.
El teléfono de aquella
farmacia de la calle Concejo esquina plaza de la Libertad repicaba en secuencia
ininterrumpida, peticiones de jarabes, potingues y remedios para entregar en domicilio no daban
tregua, tanto que pareciera que aquel alfeñique de largas piernas y enclenque
arboladura se hubiera convertido en ramadán de las llamadas y zagal en la
encomienda. Tanto trajín y tanto desasosiego no aportaban sin embargo fruto a
su faltriquera, el saludo rutinario del felices pascuas en las entregas tampoco
parecían surtir efecto ni pasaba siquiera del cancerbero de la entrada que
contestaba con un gracias o todo lo mas con algún maravedí de mucho peso y poco
poso.
Aquí la astucia puso la
cabeza en proceso, para llegar hasta el doliente había que salvar el muro de la
domestica de turno, llegar hasta el constreñido griposo encamado y emocionarlo sabiendo
que conmigo había llegado el remedio de sus
males se convirtió en objetivo y aquí el lazarillo hizo de la necesidad bendición.
Aquella noche ensayó las primeras credenciales que abrieran puertas y
bolsillos, si el sereno, el barrendero, el basurero y hasta el cobrador de la luz felicitaba las
pascuas tarjeta en mano el no podía ser menos: cartulinas recicladas y tubos de
acuarela salieron de su letargo para convertirse en campanarios con un eslogan de paz pintada en
las fachadas, los tarjetones dispuestos fueron adjudicados a los clientes más
habituales dejando para los ocasionales otros de formato más pequeño, el
resultado fue magro y sustancioso hasta el punto que en mi fuera interno
deseaba aquello se prolongara más allá del puñetero invierno.
Hoy sesenta y tantos años después aquel zagal que lidió con
gripes, catarros, pulmonías, anemias y bronquitis
no pide aguinaldo, solo mira hacia atrás recordando que entonces el enfermo
moría en su casa, la edad media eran sesenta
y cinco o setenta años, había asilos para pobres en lugar de residencias, no había estadísticas de muertos ni
velatorios televisados, las vacunas se compraban al estraperlo y sobre todo eran tantos los males que a
nadie se le ocurrió unificarlos para ponerles nombre propio. Conformarse o
resignarse nunca fue una solución pero no olvidemos que lo que antes se llamaba
epidemia ahora llamamos pandemia, lo que ahora denominamos toque de queda antes
se llamaba reclusión, las noticias llegaban
en “El parte” de las dos y media, las
antenas eran de galena y la voz del amo supervisaba el guión, las del resto del mundo pasaban por el cedazo de la censura, la poliomielitis
y la tuberculosis campaban a sus anchas y lo que yo conseguía haciendo de
prospecto virtual es lo que hacen ahora las
multinacionales farmacéuticas en la televisión pero cotizando en bolsa.
La penicilina también hera de estraperlo, pues los contrabandistas llevaban correaje yugo y flechas en la camisa. Y hoy nos venden falsas libertades. Vista la clase obrera.
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